viernes, 27 de enero de 2012

CON EL CORAZÓN ROTO 28

Varios eran los hombres que estaban mirando el alto y delicado cuello de cisne de Olivia O’ Hara en la Iglesia del pueblo. Era la hora de la Misa. El largo y espeso cabello de la joven caía por encima de sus hombros. Era de color parecido al cobre oscuro dependiendo de la luz que se reflejaba en él. Estaba de rodillas detrás del segundo banco. Sean O’ Hara permanecía sentado en su asiento.
            Jack, uno de aquellos hombres que estaban mirando con descaro a Olivia, se sentía tentado a acercarse a la joven. Deseaba tocar su cabello. Pero se lo impedía la mirada furiosa que le lanzó la joven mujer que estaba sentada a su lado en el banco. Era Danielle. Su esposa. Jack bajó la vista. Se sentía culpable. Culpable por desear a una mujer que no era su esposa. Culpable por estar enamorado de Olivia. Pero no podía estar con ella. Era pecado.
-Esa chica tendría que haberse casado hace mucho tiempo-le comentó Danielle en voz baja-Su padre es demasiado permisivo con ella. Pero ahora tiene motivos para desear que se vaya de casa. Desea casarse con tu hermana Kimberly.
-Sean quiere que Olivia se vaya de casa-replicó Jack.
-Va a terminar mal.
-Será mejor que no sigamos hablando de ese tema. Estamos en la Iglesia, Dani. Hablaremos más tarde. Cuando lleguemos a casa.
-No quieres que hablemos nunca de Olivia O’ Hara.
            A sus veinte años, Olivia no se había casado. Ni un solo hombre podía decir que se había dado gusto con ella. Era virgen. Otro de los hombres que la estaba mirando, lord Kyle Saint John, admiraba el rostro hermoso y delicado de la joven. Preciosa, pensó. Olivia trabajaba en su rancho. La veía montando a caballo a horcajadas. Su imaginación se disparaba en aquellos momentos.
            Es aún joven, pensó. Aún puede casarse y tener hijos. Y él se preguntaba si a Olivia le gustaría convertirse en lady Saint Leger.
            Otro hombre, Greg, miraba el cabello de Olivia.
-La perdiste-le recordó el hombre que estaba sentado a su lado, Pluma Roja.

Había llegado a Streetman  hacía mucho tiempo. Nadie sabía gran cosa acerca de él. Hablaba bastante bien el inglés y el español. Trabajaba en el rancho de sir Kyle. Era un hombre callado por naturaleza. De vez en cuando hablaba. Y parecía tener razón en todo lo que decía.
Pluma Roja era un comanche cuya visión del mundo se había vuelto más cínica desde la guerra con México, ocurrida dos años antes. Tras la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, las cosas estaban volviendo poco a poco a la normalidad. Pero las heridas estaban abiertas. Todavía estaban muy recientes y tardarían mucho tiempo en cicatrizar. Nunca desaparecerían. La tierra había sido bañada con la sangre de los hombres.
A Olivia le habría gustado ir a luchar. Los combates no llegaron a Streetman. Pero ella podía oír los disparos de cañón en los pueblos vecinos. Iba a trabajar. Y veía a personas agonizando en la linde del camino. Sabía que Greg estuvo peleando en la guerra. Que "El Bizco" se había quedado así a consecuencia de un disparo. Todos tenían alguna historia que contar de lo ocurrido en el frente. Pero preferían guardar silencio.
-No me lo recuerdes-siseó Greg.
-Olivia es una bella joven-dijo Pluma Roja-Pero la Madre Tierra que le ha dado belleza no le dará la felicidad. Algo malo le va a pasar a esa pobre joven. Las ánimas la torturan. No la dejan tranquila.
-¿Quieres decir que Olivia no va a ser feliz nunca?
-Eso no depende de mí. Es la Madre Tierra la que rige nuestros destinos. Y ya sabe lo que quiere hacer con Olivia.
            La luz de las velas que había encendidas en el altar le daban al cabello caoba de Olivia un tono entre dorado y rojo. La joven llevaba el pelo largo hasta sobresalir de sus hombros, lo tenía tan largo como la mayoría de las mujeres que estaban en la Iglesia y no lo llevaba cubierto por ningún chal. La joven acabó sentándose en el banco. El sacerdote se subió al púlpito para pronunciar su sermón.

            Olivia tenía la piel tostada por el Sol. Nunca se ponía el sombrero más que en contadas ocasiones. Trabajaba duro domando caballos salvajes. Casi siempre acababa en el suelo.
            Tenía los ojos de un intenso color azul cielo.
-Tú no eres pelirroja-le dijo su mejor amiga Kimberly Mackenzie.
Uno de los hombres que había vivido con Kimberly había muerto en el frente.
Se lo comentó mientras daban un paseo por el pueblo. Kimberly lamentaba la pérdida que habían sufrido varios de sus alumnos. Un familiar suyo había muerto durante la contienda. Daba clase a niños de distintas etnias y nacionalidades. Estadounidenses y mexicanos. Los niños se culpaban los unos a los otros de lo ocurrido.
-El color de tus cejas es amarronado-observó Kimberly.
            A Olivia no le importaba si era ahora española o inglesa. Su padre era irlandés. Su madre era inglesa. Los Estados Unidos le importaban un ardite.
-Tu cabello bien podría parecer de color naranja-continuó hablando Kimberly-Jack dice que tienes el pelo de color caoba.
-¿Caoba?-se extrañó Olivia.
            Tanto ella como Kimberly apenas sabían hablar español. Don Diego de León, el dueño de Rancho Paloma, la hacienda donde estuvo trabajando Sean durante años como capataz, quería enseñar a Olivia a hablar español. Pero esto no debía de decírselo a nadie. De momento, la joven era una alumna aplicada.
-En lugar de hablar de mi pelo, deberíamos de hablar de los cambios que se avecinan-opinó Olivia-Hemos dejado de pertenecer a México. Ya no somos mexicanos y nunca lo fuimos. Pero...No sé lo que va a pasar. Dicen que las cosas van a mejorar. ¿Tú qué piensas?
-¿Y qué va a hacer Estados Unidos por nosotros?-bufó Kimberly-Harán con nosotros lo mismo que hacían los españoles. Es decir, nada. Ellos mandan, nosotros obedecemos. Hablan de libertad como un canalla habla de amor a la mujer que va a seducir. Cuatro tonterías y uno, que es imbécil, va y se las cree. Es mejor que piense en tonterías. Como en tu color de pelo, ya que Jack no para de hablarme de él.
-¿Jack te habla de mi pelo?-Olivia parecía atónita.
-Dice que nunca antes ha visto un cabello como el tuyo, de un rojo tan intenso-afirmó Kimberly-Mi hermano está como una cabra. Puede pasarse las horas muertas hablando de que si tu pelo es del color del cobre oscuro.
            Jack habla de mi pelo caoba y de mis ojos azules, pensó Olivia.
Un escalofrío de placer recorrió su cuerpo. Un placer culpable...
 -Debería de prestarle más atención mi hermano a su mujer que a tu pelo-opinó Kimberly-Después de todo, es un hombre casado. A mí me incomoda tener que escucharle hablar de tu pelo y de su extraño color rojo. Pero creo que a Danielle le incomoda más que a mí.
-No sigas hablando-le pidió Olivia.
            No se ruborizó. Una mujer dura como Olivia no se ruborizaba. O eso pensaba ella.
            Olivia era una joven agradable.
-Mi hermano es idiota-insistió Kimberly.
Jack también había estado en el frente. Le hirieron de gravedad el año pasado y lo licenciaron. Había visto morir a muchos de sus compañeros en la horca.
Esto hacía sospechar a Kimberly que estuvo prisionero de los mexicanos. Pero que prefería no hablar del tema por Danielle, debido a su ascendencia mexicana. Danielle había estado de parte de los mexicanos durante la contienda.
Si Jack estuvo prisionero o no, nadie lo sabía. Pero solía comentar que había trabajado más duro en el frente de lo que trabajaba ahora. Olivia deseaba preguntarle qué había visto. Si le habían torturado. Pero no se atrevía.
Algunos hombres que estaban holgazaneando a las puertas del "saloon" giraron las cabezas al paso de Olivia y Kimberly. Las dos jóvenes eran conocidas en el pueblo. Kimberly tenía una inmerecida fama de ser una fresca. Y Olivia tenía fama de ser una marimacho. Los hombres soltaron comentarios y silbidos nada apropiados.
Kimberly aceleró el paso. Olivia poseía una figura esbelta. Sus ojos de color azul cielo brillaban de vivacidad a cada paso que daba.

Jack tiró lejos el pico con el que estaba cavando una zanja.
-Cuidado-le advirtió Pluma Roja-Vas a matar a alguien con eso. ¿Cómo vas a vivir con eso durante el resto de tu vida?
-Me da igual-replicó Jack.
-No te da igual. No quieres ser colgado de la rama más alta de un árbol. Nos conocemos, Mackenzie. No eres como los demás hombres. Tienes escrúpulos. No quieres hacerle daño a nadie. No quieres derramar sangre inocente. No como hacen los otros hombres blancos.
-No me conoces, comanche. No sabes cómo soy.
-Pero me hago una idea.
            Pluma Roja le tendió a Jack el pico que había tirado. El hombre admitió para sí que no podía concentrarse en el trabajo porque no paraba de pensar en Olivia. A la mente le venía el rostro de proporciones perfectas y de hermosos rasgos de la joven. Los exóticos ojos de color azul cielo de Olivia…Sus labios de trazado sensual…
-Estás casado-le recordó Pluma Roja.  
-No olvido a mi mujer-le replicó Jack.
-Le debes respeto a Danielle. Estáis casados por las leyes cristianas. No poder romper el matrimonio.
-¡Ya lo sé!
-Entonces, olvida a esa joven. Te estás haciendo daño a ti mismo. Ya tienes a tu mujer.
            El propio Pluma tenía que admitirlo. Olivia era una de las mujeres más hermosas que jamás había conocido. Blanca o comanche.
Pero veía a las ánimas persiguiendo a Olivia e impidiéndole ser feliz.
            La había visto intentando mantener el equilibrio sobre un toro desbocado cuando se celebraba un rodeo. Sus labios sensuales se dibujaban en una sonrisa de placer. Sus hermosos ojos azules estaban más brillantes que nunca. Cuando acaba la actuación, Olivia iba corriendo a abrazar a su mentor en aquellas lides. El Muelas. Aquel anciano había perdido casi toda la dentadura de caer al suelo. Pero seguía dedicándose a actuar en rodeos. No tenía hijos. Estaba soltero. Veía en Olivia a una posible sucesora.
            Incombustible, pensó Pluma Roja.
            Se refería a Olivia.
            Aquella joven de labios carnosos constituía toda una tentación para un hombre de sangre caliente como lo era Jack Mackenzie.
-La forma de su barbilla pequeña la delata-dijo Jack mientras empezaba a cavar-Es terca. No hace caso a nadie. Es obstinada. Sólo cuenta lo que ella dice.
-Los labios carnosos de esa joven te tientan-observó Pluma Roja.
            Jack dejó de cavar. Pensó que Pluma Roja tenía razón. Estaba empezando a obsesionarse con Olivia. Mejor dicho. Estaba obsesionado con Olivia. Y eso no era bueno. Le haría daño a Danielle. Y ella no se lo merecía.  

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