viernes, 6 de abril de 2012

CRUEL DESTINO

                Al cabo de unos días, Sarah regresó a su casa, situada en la ciudad de Holyhead, en la isla de Holy. A decir verdad, no estaba deseando nada llegar a casa. Sólo quería estar en Llangefni. Tenía un fuerte motivo que le hacía desear estar en aquella ciudad. Un motivo que, por supuesto, debía mantener en secreto. El viaje en barca se le hizo eterno. Sarah tenía los ojos brillantes cuando llegó a su casa.
               Sarah se alegró sinceramente de ver a sus hermanas. La estaban esperando en el embarcadero. Sarah saltó de la barca antes de tiempo y, con la falda de su vestido mojada, fue corriendo como pudo hasta ellas. Las tres se fundieron en un fuerte abrazo. Acabaron en el agua.
-¡Cielo Santo, niñas!-exclamó mistress Wynthrop-¿Qué van a pensar de vosotras? ¡Mojadas!
-No se enfade, madre-se rió Mary.
                A veces, cuando iban a la playa, Sarah, Katherine y Mary se bañaban en el agua. Correteaban por la orilla de la playa. Jugaban como niñas pequeñas en la arena.
              Se salpicaban las unas a las otras.

            Sarah se encerró en su habitación unos días después de regresar a casa. Quería terminar de leer una de sus novelas favoritas. Era una aficionada a la novela romántica. Abrió el cajón y sacó el libro. Se sentó en la cama y empezó a leerlo. Se llamaba El pirata del amor. No se sabía a ciencia cierta quién era el autor.
            Sarah se centró en la lectura.

                 Jamás pensé que encontraría al amor de mi vida encarnado en la figura de un pirata. Lo beso. Y siento que es real. 

              Sarah suspiró. El amor había triunfado.




                Mi vida está llena de aventuras. He vivido grandes emociones. He superado multitud de riesgo. ¡Y estoy aquí!.

             Sarah esbozó una sonrisa.

             En todos estos años, he conocido a muchísima gente. He conocido a grandes amigos y a verdaderos miserables. Prefiero no pensar en esa gente y el tiempo ha hecho que los vaya olvidando. Es lo mejor.  Prefiero pensar en otras cosas. Pensar en mi amado Brent, que siempre estará a mi lado. Ya no hay nadie que pueda separarme de él. ¡Soy suya! Todavía mi alma siente anhelo de él.  ¡Lo amo tanto! Aún sueño con él. Me he acostumbrado a ser más obediente. Le obedezco cuando creo que es conveniente. Lo que no quiero es perder a Brent. 

             Es así como yo deseo amar, pensó Sarah.
            La joven deseaba amar tan apasionadamente como la protagonista de la novela que estaba leyendo.
            Tenía veintiséis años.
             Pero la cabeza de Sarah estaba llena de sueños más propios de una adolescente.
             Fantaseaba con la idea de ser raptada por un peligroso pirata. Él la despertaría a la pasión. Y surcarían juntos los Siete Mares. Se enfrentarían a toda clase de peligros. Pero él siempre la protegería.
             Estaríamos siempre juntos, pensó Sarah.

             Confieso que lo he pasado mal a veces. Me siento sola cuando Brent no está y me pregunto si volverá.  Sólo nuestro hijo y mi dama de compañía palían un poco esta soledad. Me siento prisionera en esta enorme casa. Brent no quiere que me relacione con nadie de la isla. Dice que las mujeres que viven aquí son todas unas rameras. Y que no debo de ir nunca a visitarlas. 

            Sarah oyó pasos en el pasillo. Eran sus hermanas Mary y Katherine.
-Me he comprado un vestido nuevo-oyó decir a Katherine.
          Sarah torció el gesto.
-¡Me gustaría verlo!-afirmó Mary.
-Es de tul-comentó Katherine.
-¡Oh, Cathy! Tiene que ser precioso. ¡Quiero verlo ya! ¡Vas a estar guapísima con él puesto, hermanita!
-Eso espero.
-Yo también quiero comprarme un vestido nuevo.
-Haces bien. Pareces una viuda cuando te veo vestida de oscuro.
        Sarah quería mucho a sus hermanas. Pero, en ocasiones, sentía que no tenía nada en común con ellas. Mientras Katherine y Mary pensaban en vestidos, Sarah quería soñar despierta.

               Por supuesto, mi padre ignora la doble vida que lleva Brent. De saberlo, se moriría de pena. Siempre he sido su hija favorita. No quiero que se entere. Me preocupa el que sienta que le he defraudado. 
          ¡Mi hijo es una criatura fuerte y saludable! Se parece a su padre en ese aspecto. 
          Y así termina mi historia. Con un final feliz... Así fue cómo conocí al gran amor de mi vida. Me enfrenté al mundo por estar a su lado. Derribé todas las barreras que había construido a su alrededor. Conseguí ser correspondida. No me arrepiento de nada de lo que he hecho. Brent sabe que soy suya en cuerpo y alma. Bendigo la hora en que nos conocimos. No sé si mi historia verá la luz algún día. Me siento la mujer más feliz del mundo. 

             Sarah asintió. Ella quería ser como la protagonista de aquella novela. Quería vivir un amor de leyenda. Sus hermanas sabían de su afición a las novelas románticas. Y se reían de ella. Le decían a Sarah que quedaban pocos piratas.
-Y los piratas no se enamoran-afirmaba Mary-Te matan. Después de deshonrarte. Olvídalo.
             Sarah se enfadaba con ellas. ¡Con razón tanto Mary como Katherine seguían solteras!
            Se detuvo en aquel pensamiento. ¿Qué pasaba con ella? También estaba soltera. Por poco tiempo, pensó Sarah.
             Sus padres pensaban lo mismo.
             Debía de regresar al mundo real. Debía de hacer una buena boda. Y olvidarse de tanta tontería romántica.
            Así, sería más feliz.
            Prefiero seguir soñando, pensó Sarah.

             Tenemos algunos problemas. Brent es muy apasionado, pero también es celoso y posesivo. No le gusta que salga sola de casa, pero lo amo tanto que le perdono todo. No quiero ser celosa. A veces, vuelve a casa tarde. Huele de un modo raro. Veo manchas extrañas en su camisa. No me cuenta donde va. Dice que eso no me incumbe. Tal vez, tiene razón. Su vida es muy peligrosa. 
             Me gusta hablar con la gente. Pero Brent tiene miedo. Los vecinos podrían delatarnos. No quiero terminar siendo ahorcada. Oigo los pasos que suben por la escalera. ¿Quién será? Eso es lo que me pregunto. 
             Brent está de viaje. 
             No sé cuándo regresará. Siempre vuelve de buen humor. 
             Hunde barcos españoles. Regresa a casa cargado de oro. Me regala las joyas. Luzco muchas joyas preciosas. Zafiros...Esmeraldas...
           Ignoro cuándo volverá Brent a casa. Espero que sea pronto. ¡No aguanto más! La soledad me puede. Siento que me voy a volver loca. Es el precio que tengo que pagar por estar a su lado. La soledad...¡Deseo tanto que me tome entre sus brazos! 
                Soy muy feliz con la familia que tengo. Para mí, todo ha terminado bien. Quiero pensar que todo ha salido bien. De lo contrario, me volvería loca. Y ya tengo bastante con llevar a cuestas esta desesperante soledad. Tengo un marido y un hijo que son mi vida. 
              Pero me siento sola la mayor parte del tiempo. Brent pasa mucho tiempo en alta mar. No sé cuándo volverá a casa. Apenas me escribe. Le escribo todos los días una carta. Creo que no le llega nunca. Tengo miedo de que le pase algo. De que le capturen. De que uno de sus hombres le delate. De que le traicione. De que le mate. ¡De no volver a verle, yo me moriría! No podría vivir sin abrazarle. Sin sentirlo a mi lado. Porque es el amor de mi vida. Porque es el dueño de mi corazón. Así será siempre.
FIN.

               Los ojos de Sarah se llenaron de lágrimas.
               Se las secó con la palma de la mano. ¡Con razón aquella novela era su favorita! El pirata del amor...¡Qué pocos Brent quedan en el mundo!, pensó. Y era verdad.
             En aquel momento, alguien golpeó la puerta de su habitación. Sarah cerró el libro de golpe.
-¿Quién es?-preguntó.
-Soy Cathy-respondió una voz al otro lado de la puerta.
-Pasa. Dame un segundo.
-¿Por qué?
-Por nada...Ya puedes pasar.
               Su hermana Katherine entró en la habitación.
               A sus veinticuatro años, Katherine poseía una belleza que se podía definir como angelical. Su cabello era largo, del mismo color que la miel. Sus ojos poseían una curiosa mezcla de verde esmeralda con azul claro. Las tres hermanas tenían los mismos ojos. Lo habían heredado de su madre.
             Katherine era de estatura mediana, sin ser ni demasiado alta ni demasiado baja.
             Su profesor de piano, Stephen Winter, se había fijado en ella. Naturalmente, no podía decírselo. Katherine era su alumna. Le besaba la mano a modo de despedida. Pero no era ciego. Se había fijado en que Katherine poseía una figura perfectamente proporcionada. Los vestidos oscuros no disimulaban su cuerpo. Stephen intentaba adivinar si sus pechos serían perfectos. Pero sí adivinaba su cintura de avispa. Incluso, creía notar que sus piernas, a pesar de que las cubría la falda de su vestido, eran largas y bien torneadas. Stephen se echaba en cara tener aquella clase de pensamientos con una alumna. Pero fantaseaba mucho con Katherine. Y eso le asustaba.
-¿Por qué estás llorando?-le preguntó Katherine a su hermana menor.
-No...-respondió Sarah-Es una tontería. La alergia...El polen...
               Entonces, encontró la respuesta. El libro que Sarah tenía sobre el regazo.
-Nunca cambiarás-afirmó Katherine-Sigues soñando con piratas. Sabes que eso no va a pasar.
             Sarah la fulminó con la mirada.
-¿Y tú qué sabes?-le increpó.
             Katherine se acercó a ella. Sarah odiaba saber que su hermana pequeña tenía razón.
-Ya no quedan piratas-le recordó-Al menos, no en esta parte del mundo.
            Sarah se preguntó si Katherine tendría sueños. Si se habría enamorado alguna vez. Había cosas de sus hermanas que ella desconocía.



                  Sarah estaba sentada en su cama. De modo que Katherine se sentó a su lado.
                  Sarah le hurtó la mirada. Katherine empezó a hablar. Le habló del deber. De que debían de buscar un marido acorde con sus posibilidades.
-¿En serio tú crees eso?-la cortó Sarah.
                Estaba cansada de oír sermones.
                Quería ser amada.
                Sarah vio fruncir el ceño a su hermana. ¿Acaso Katherine estaba dudando? En el fondo, me entiende, pensó Sarah.
                 Katherine movió la cabeza. Quería apartarse ciertos pensamientos de la mente. Sabía que eran imposibles de realizar. ¡En el fondo, también pedía ser amada!
-Los sueños nunca se hacen realidad-admitió Katherine-Es mejor olvidarlos ahora, cuando apenas están empezando a nacer. De otro modo, crecen. Y el dolor al ver que no se cumplen es más intenso.
-¿Qué quieres decir con eso, Cathy?-se interesó Sarah-¿Ocurre algo?
               Su hermana negó con la cabeza. Se puso de pie. Salió algo agitada y deprisa de la habitación. Sarah vio cómo cerraba la puerta con nerviosismo. Le pasa algo, pensó.
              Katherine podía ser muy sensible. Sarah pensó que tenía sus motivos para ser así. Era la menor de las tres hermanas. Recibía una gran influencia por parte de Sarah y de Mary. Katherine quería ser ella misma. Pero...No se le permitía. Quería soñar. Pero no quería ver cómo sus sueños se hacían añicos.

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