domingo, 31 de agosto de 2014

ISABEL Y MIGUEL

Hola a todos.
Hacía tiempo que no presentaba a uno de mis personajes en este blog. Y también hacía tiempo que no hacía una entrada en este blog.
En esta ocasión, os presento a dos personajes. Se tratan de Miguel e Isabel.
Ambos son los protagonistas de mi novela Secretos de familia. 
Esta historia está ambientada en el siglo XIX y tiene como eje central una historia espantosa: el robo de un bebé recién nacido a su madre.
Miguel e Isabel son los hijos de un hombre emparentado con la aristocracia y de la antigua directora de una Academia Para Señoritas.
Miguel es un joven serio y caballeroso, pero también es impulsivo y apasionado. Isabel, por el contrario, es una muchacha sensata y prudente.
A pesar de que hay dos hermanos más (Catalina, un poco mayor que Isabel y un poco menor que Miguel) y Benjamín (de doce años y haciendo honor a su nombre) tanto Isabel como Miguel siempre han estado muy unidos.
Pero Miguel siempre ha sentido por su hermana un cariño que va más allá de lo que se supone que es el amor fraternal. Y ese sentimiento le atormenta y le hace sentir asco de sí mismo por lo que despierta en él. Cuando su padre decide prometerle en matrimonio con su prima María Jordana, él acepta en un esfuerzo por amar a la joven con la que se va a casar y por querer a Isabel como su hermana que es.
Sin embargo, la noticia de su futuro matrimonio le sienta a Isabel muy mal. La joven no soporta que Miguel vaya a casarse con María Jordana. Y es que ella también ha sentido por él un cariño que no es el que debería de sentir por su hermano.
La aparición de un hombre llamado Gabriel, que bien podría ser un calco de Miguel dentro de unos años, y la extraña actitud de su madre, despierta la curiosidad de todos los hijos. ¿Qué está pasando realmente? ¿Qué secretos oculta su madre?
¿Acaso son realmente Isabel y Miguel hermanos?
He imaginado a Isabel y a Miguel con los rostros de Trini Alvarado y de Eric Stoltz, Meg y John en la última adaptación que se hizo al cine de Mujercitas. 
¿Vosotros qué pensáis?

jueves, 21 de agosto de 2014

BORRADOR DE UNA DE MIS HISTORIAS

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros el borrador de una de mis historias.
No está muy desarrollada porque se trata de uno de mis primeros trabajos.
Ni siquiera tiene un título. Transcurre en el siglo XIX en Madrid. Pero tiene muchos fallos. Soy la primera que lo reconoce.
Deseo de corazón que me digáis en qué me he equivocado y qué cosas debo de corregir.
Lo agradecería de corazón.

                                    Cuando murieron James y su madre, Sheridan tenía siete años; su padre estaba arruinado ya que un incendio fortuito quemó la granja en la que vivían y mató a todos los animales. El hombre no sabía hacer nada. Su vida se había limitado a cavar agujeros para encontrar oro. Su esposa era la que traía el sustento a casa. El hombre vivió a costa de su mujer hasta la muerte de ésta, pero, en cambio, el padre de Sheridan tenía buena mano a la hora de jugar a las cartas, por lo que se convirtió en un experto tahúr cuando se vio en la miseria. Durante los siete años siguientes, Sheridan acompañó a su padre de taberna en taberna y aprendió distintos trucos a la hora de hacer trampas en las cartas y a salir huyendo cuando eran sorprendidos.
            Sheridan sabía que su madre procedía de una familia rica de Washington y que se había escapado con su padre, que trabajaba como criado en la mansión familiar, porque los dos estaban muy enamorados. No obstante, Sheridan no conocía a la familia de su madre. Sin embargo, el mismo día en que fue ejecutado su padre, una tía suya por parte de madre vino a buscarla al pueblo de mala muerte donde tuvo lugar la ejecución  y se la llevó consigo a Washington para educarla y convertirla en una señorita. Por aquel entonces, Sheridan se había criado como una salvaje y se comportaba como tal. Vestía pantalones vaqueros como si fuera un chico y su pelo rojo estaba siempre sucio y revuelto. Hablaba bastante mal, comiéndose algunas palabras, decía muchos tacos, daba zancadas al andar y se mostraba grosera y maleducada con la gente. Durante años, la única cama que había tenido Sheridan era el suelo de un establo o del camino y el techo que la cobijaba era el cielo.
            A los catorce años, Sheridan se enamoró de un joven mexicano, Jesús, que era el compañero habitual desde hacía unos meses de su padre en la mesa de juegos y pensó que había algo más entre ellos cuando le dio su primer beso; él le duplicaba la edad, pero a Sheridan no le importó porque era apuesto y simpático. Nunca pasaron de los besos porque Jesús la respetaba demasiado y, a decir verdad, Sheridan tampoco quiso ir más allá. Aún soñaba con el beso en la frente que él le daba todas las noches antes de irse a dormir. De haber vivido el tiempo suficiente, Sheridan se habría acostado con Jesús. Era una relación secreta, por supuesto; el padre de Sheridan habría sido capaz de asesinar a Jesús de haber descubierto que cortejaba a su hija, que ni siquiera había empezado a menstruar. 
            A los pocos meses de empezar la relación, el novio de Sheridan fue asesinado en una trifulca en la mesa de juegos acusado de hacer trampas y el padre de la joven mató a su asesino en defensa propia cuando fue a por él. Todos los jugadores huyeron, menos el padre de Sheridan. Fue arrestado y condenado a muerte, siendo ejecutado a las pocas semanas ante la mirada desesperada de su hija. En menos de un mes, había perdido al único hombre que había amado y a la única familia que le quedaba.
            Lo que más escandalizaba a la tía de Sheridan, recordó ésta, era su afición a escupir en el suelo y a eructar después de comer o mientras hablaba con alguien; su sobrina era capaz de hacer piruetas montada a caballo y de cabalgar a horcajadas sobre él, de hablar y jugar con los perros y de tratar de domesticar a un ratón o a una rata; la dejó hacer porque aún era una niña, pero las cosas empezaron a cambiar cuando Sheridan sintió un fuerte dolor de vientre mientras estaba subida a un manzano del jardín y mordisqueaba sus hojas. Empezó a dar gritos de dolor y de terror cuando se fijó en que sus pantalones vaqueros estaban llenos de sangre; la falta de información sobre lo que le había pasado porque su padre no sabía nada de ese tema y su madre murió antes de poder explicárselo y el miedo que pasó porque creyó que se estaba muriendo supusieron un fuerte shock para Sheridan. Uno de los criados, procurando no mirar la entrepierna del pantalón manchado de sangre de la chica, tuvo que ayudarla a bajar del manzano porque ella estaba tan aterrada que no podía moverse; sólo gritar.
            Su tía aprovechó el momento para decirle a la asustada adolescente que había llegado el momento de dejar atrás su comportamiento salvaje. Como la chica estaba tan aterrorizada por lo que había ocurrido en el manzano, obedeció dócilmente a su tía y no volvió a mostrar síntoma alguno de rebeldía ni de salvajismo.
            A partir de ese momento, comenzó la transformación de Sheridan; al ser ya mujer, tenía que llevar el pelo recogido en un moño, lavado y peinado, tuvo que renunciar a los juegos que más le gustaban, pues era una señorita y las señoritas tenían que andar correctamente y relacionarse con señoritas de su edad. 
            Le gustaba andar descalza para disgusto de su tía. Comía con las manos y se limpiaba la boca con el mantel. Se subía a los árboles, desafiaba a los hijos de los criados a hacer carreras y a trepar a los árboles y se peleaba a puñetazos con ellos.
            Sheridan recordó las horas que pasó su tía enseñándole a andar derecha, a comer con cubiertos, a usar el cubierto correcto para cada cosa…La enseñó a hablar sin comerse las palabras y a no decir palabrotas, a servir el té, a servir los aperitivos, a dirigirse con educación a la gente…Le buscó un profesor que la enseñó a leer y a escribir en un tiempo récord porque no sabía ninguna de las cosas. Además, tenía otros profesores que le enseñaron idiomas, Música, Filosofía, Historia, latín, Astronomía y otras asignaturas más, así como aprendió a bordar delicados manteles. A los dieciocho años, Sheridan estaba despojada completamente de cualquier resto de su anterior salvajismo. Esperaba que su tía la presentara en sociedad  y poder conocer a otras jóvenes millonarias de su edad, pero, entonces, el contable de su tía la estafó y huyó con todo su dinero.
            Sheridan se hizo la encontradiza con Adán al día siguiente en la escalera.
            Adán salió a la escalera a coger el periódico. Sheridan le oyó abrir sigilosamente la puerta. Se apresuró a bajar corriendo la escalera. Tenía ganas de conocer a aquel viejo  solitario.
            Se llevó una sorpresa muy grata al descubrir que el viejo solitario era un joven de su edad y bastante guapo.
            Como lo fue Jesús. 
            Adán no pudo cerrar la puerta. Nunca antes había visto una joven tan hermosa como ella. Sheridan se quedó plantada delante de él. Le sonrió y Adán pensó que el Sol había salido gracias a aquella sonrisa. Ella, en cambio, experimentó un revuelo en estómago que no había vuelto a sentir desde la muerte de Jesús.
-Buenos días-lo saludó en un perfecto español.
            Jesús le había enseñado a hablar español durante el tiempo que estuvieron juntos. Sheridan sabía hablarlo, pero no quería porque le traía dolorosos recuerdos. Sin embargo, al ver a aquel joven tímido y asustadizo, tuvo el deseo de hablar de nuevo la lengua de su novio.
-Buenos días-le devolvió Adán el saludo con educación
-Me llamo Sheridan McNoughlt-se presentó ella.
-Yo me llamo Adán Domínguez.
-Me alegro mucho de conocerle. Ya sabe que soy su vecina y estoy arriba para lo que necesite.
-No necesito a nadie.
-Puede que yo le necesite a usted; ya sabe, para pedirle sal si se le acaba.
-Nunca uso sal.
-Necesita sal para hacer la comida.
-Como…yo como…
-Me imagino que vendrá alguien y le ayudará en casa.
-No.
-Entonces, vendré yo a ayudarla; le limpiaré y le haré la comida.
-No, gracias.
-Aún así, aquí me tiene para lo que necesite; ha sido un placer hablar con usted, señor Domínguez. 
            Se notaba que el español de su bella interlocutora era aprendido, se dijo Adán. No era de aquí; había oído comentar a los vecinos que las dos eran de Estados Unidos, en concreto de una ciudad llamaba Seattle, si bien no había visto aún a la compañera de piso de la pelirroja. Nervioso, Adán cerró la puerta y echó el pestillo. Sheridan subió a su piso y notó que las piernas le temblaban.
            Le hubiese encantado tocar, aunque hubiese sido de refilón, al joven y tímido español. 

            A pesar de que eran más de la cinco de la tarde, Adán estaba en pijama. A través del cristal de su ventana, contemplaba las calles casi vacías.
            El cielo estaba cubierto de nubes, muy acorde con su ánimo. Pensaba con tristeza en su vida, en si era feliz con ella porque era un joven que carecía de preocupaciones y que nunca había sabido lo que era el sufrimiento. Una lágrima resbaló por su mejilla. No, pensó mientras observaba como el viento se llevaba volando el sombrero de un caballero que salió corriendo tras él. ¿Cómo podía serlo si no tenía nada interesante que contar de su vida, si era tan tímido que permanecía encerrado en su casa y había olvidado cuando fue la última vez que salió a la calle?
            Las nubes grises que cubrían el cielo amenazaban lluvia. Pasó por debajo de su puerta un violinista que estaba tocando una melodía triste a cambio de recibir una peseta al menos.
            Era la tarde perfecta para Adán, al que le gustaba el mal tiempo. La tristeza que reflejaba el cielo nublado, la lluvia cayendo contra el suelo, las calles vacías, el viento que soplaba furioso… Todo ello formaba parte de su carácter.
            Hubo un tiempo, cuando era niño, en el que pudo haber cambiado. Pudo haber sido más alegre, más sociable. Pero su timidez y su carácter melancólico fueron más fuertes que su deseo de ser como los demás niños. Poco a poco, se fue recluyendo, no sólo en su casa, sino también en sí mismo. No salía a la calle, no se relacionaba con sus vecinos y, pese a que era un joven que ni siquiera había alcanzado un cuarto de siglo, su vida se reducía a leer, escribir y mirar por la ventana.
            No tenía sueños que deseaba realizar. No tenía esperanza alguna de que ocurriese algo bueno en su vida. Era un desdichado por decisión propia. Sólo quería estar encerrado sin ver a nadie, sin hablar con nadie, ni siquiera consigo mismo.

            En el piso de arriba se habían instalado dos nuevas vecinas; una joven estadounidense que viajado a España a terminar sus estudios y su dama de compañía, apenas unos pocos años mayor que ella. La joven se llamaba Charise Lancanshire y Adán le gustó desde el primer momento en que la vio a través de la mirilla sus mohines niña mimada. Traía siempre un libro debajo del brazo y Adán escuchaba discusiones en el piso de arriba entre Charise y Sheridan, su institutriz. La segunda intentaba convencer a la primera de que estudiara (dedujo Adán) para labrarse un porvenir. Sheridan no había tenido una vida fácil, en contraste con la vida que había llevado Charise en la que sus padres la habían complacido en todo, según alcanzó entender Adán. Eran las dos caras de una misma moneda, pensó el joven.
-Lo mejor que puede hacer es estudiar y labrarse un futuro-afirmó Sheridan.
-¿De qué me servirá tener un futuro si terminaré casada con el hombre que escoja papá para mí?-replicó Charise.
-Para al menos no quedar como una tonta delante de su esposo.

-¿Sabes lo que tendríamos que hacer?-le propuso Charise a Sheridan un día mientras la primera estaba estudiando bajo la atenta mirada de la segunda.
-¿En qué está pensando, señorita?-quiso saber Sheridan.
-Podríamos aprender a hablar español para relacionarnos con los vecinos.
-No creo que a su padre le haga demasiada gracia; aquí en Madrid está la mejor escuela para señoritas de toda Europa y a su padre le hace ilusión que aprenda a comportarse como una dama recatada, en lugar de seguir comportándose como una niña pequeña y mimada.
-Todas las chicas que van allí hablan inglés y yo quiero aprender a hablar español.
            Escuchando hablar a los vecinos que intentaban relacionarse con ella y con Sheridan en un espantoso inglés, Charise supo que en el piso de debajo del suyo vivía un joven cuya timidez enfermiza le había recluido dentro de su casa, lo que había despertado en ella su curiosidad y el deseo de conocerle.
-Además, quiero conocer a nuestro vecino del piso de abajo-afirmó Charise haciendo un mohín coqueto.
-Seguro que se trata de un viejo solitario y amargado-replicó Sheridan-No merece la pena que pensemos en él.
-En casa, viven mis abuelos. Sé tratar a los ancianos.
            Sheridan escuchó atentamente a una pareja de vecinos (los que vivían enfrente de ellas) subir las escaleras y fue a mirar por la mirilla; no era ninguna cotilla, pero le había entrado un fuerte deseo de saber de dónde venían sus vecinos. Apenas había cruzado tres palabras con ellos el día en el que se instalaron y lo más parecido a una conversación que habían tenido eran los saludos que se intercambiaban cuando se encontraban en el rellano de la escalera, es decir, nada porque ni ellos entendían a Sheridan ni ella les entendía ¡y ahora Charise se empeñaba en que aprendiera a hablar español!
-Podría hacerme amiga de él-sugirió la muchacha.
-¡A su padre le daría un ataque!-se escandalizó Sheridan.
-¿Por qué hablas así? Ni siquiera le conoces.
            La presencia de Sheridan en Madrid con Charise se debía al miedo del señor Lancanshire de que su hija cometiera una locura. No era mala chica; había estado muy protegida y mimada durante toda su vida por sus padres y ello la había convertido en una joven ingenua, malcriada y un tanto atolondrada.
-Los hombres buscan sólo una cosa de la mujer-afirmó Sheridan con apenas conocimiento alguno de causa, pues a sus veinticuatro años sólo había estado con un hombre…si se podía decir estado-Incluido ese anciano.
-¿Cómo lo sabes?-quiso saber Charise.
-Porque me lo dijo mi tía cuando me hice mujer. Los viejos son los peores.
            Sheridan cogió un vaso y una jarra que habían sobre la mesa, vertió agua en el vaso y se lo bebió de un sorbo; en cierto modo, no se sentía capacitada para darle consejos a Charise sobre lo que querían los hombres cuando ella aún era virgen. Su vida había sido un caos; era hija de un matrimonio de granjeros muy pobre y, aunque pasó mucha hambre, era feliz al lado de sus padres y de su hermano mayor, James.
-¿En qué estás pensando?-le preguntó Charise.
-Estaba pensando en mi…bueno, dejémoslo-respondió Sheridan.
-Nunca me has hablado de tu familia.
            Sheridan pensó que no le había hablado a Charise de su familia sencillamente porque no tenía familia; una epidemia de sarampión acabó con las vidas de su hermano James, que contaba por aquel entonces con nieve años y de su madre.
-Hay poco que contar-dijo Sheridan.
-¡Vamos! Yo te cuento todos mis secretos.
-Algunas cosas prefiero no comentarlas. Son…demasiado…privadas…
            -¿Has tenido novio alguna vez?-le preguntó Charise.
-En lugar de preocuparse por mi vida amorosa, lo que tendría que hacer es centrarse en sus estudios-replicó Sheridan nerviosa.
-Eres una mujer muy hermosa, con tu cabello largo y pelirrojo y tu cuerpo escultural y tu altura; no me puedo creer que, a día de hoy, ningún hombre se haya fijado en ti ni te haya rondado o pedido matrimonio.
-¿Por qué de pronto le interesa mi vida privada, señorita?
-Por nada. Pura casualidad.  
-Me gustaría saber cómo fue tu infancia-dijo Charise.
-No creo que mi infancia sea lo que vaya a salir en el examen que tiene la próxima semana de latín, señorita-se burló Sheridan.
-El latín es una lengua muerta y no sé porqué mi profesora se empeña en que lo aprendamos.
-El latín es la lengua de la antigua Roma-recordó Sheridan, abandonando por un instante sus recuerdos. 
-Estoy segura de que tú no tuviste que aprender latín cuando te convertiste en institutriz; fuiste a una escuela donde te enseñaron a darme órdenes y a decirme cómo tengo que tratar a los caballeros, cuándo tengo que retirarme a mi habitación, qué es lo que tengo que decir…-enumeró Charise.
-Antes de formarme como institutriz, mi tía se encargó de moldearme para que sus consejos me sirvieran de guía y, de esa manera, pudiera yo aconsejarte después; era una mujer un tanto dura, pero, en el fondo, quería lo mejor para mí…y esto es lo mejor para mí.
-Estás distraída-observó Charise, devolviendo a Sheridan a la realidad.
-¿Por qué me lo preguntas?-preguntó la joven institutriz.
-Porque tenías los ojos extraviados. Siempre dices que yo tengo los ojos extraviados cuando estoy distraída. Como no puedo vérmelos, supongo que tengo que fiarme de ti.
            Después de arruinarse su tía, la mujer cayó gravemente enferma y murió a los pocos días dejando a su sobrina desamparada. Desde entonces, Sheridan había ido de casa en casa trabajando de institutriz para salir adelante. Desde hacía menos de un año, trabajaba como institutriz en casa de los Lancanshire, oriundos de Seattle, y se había encargado de la educación de los cuatro hijos del matrimonio Lancanshire. Charise era la mayor y la única hija de la pareja porque los otros tres eran varones y comprendían de los catorce a  los seis años, una niña mimada a la que todo le había ido bien en la vida, que no sabía lo dura que podía llegar a ser y por la que Sheridan sintió una fuerte y secreta antipatía nada más verla, antipatía que fue creciendo día a día hasta que el señor Lancanshire la obligó a irse a Madrid para cuidar de su niña; entonces, la antipatía que Sheridan sentía por Charise se convirtió en odio.
            Sheridan hacía grandes esfuerzos por no acuchillar a Charise cuando se encontraban en el piso solas; creía que ella le estaba arrebatando su juventud poco a poco.
            Luchaba con fuerza contra ese sentimiento, pero cada día que pasaba se hacía más fuerte. Odiaba a Charise y odiaba estar en España.
-¿Te encuentras bien?-le preguntó Charise.
-Sí-mintió Sheridan-¿Por qué me lo pregunta?
-Por…por nada. Olvídalo.
            Cerró la puerta y se enfrentó a la mirada curiosa de Charise.
-¿Le has visto?-le preguntó la joven.
            Sheridan no respondió. Escuchó los pasos de Adán en el piso de abajo. Se movía de un lado a otro con gran nerviosismo. ¿Acaso estaría pensando en ella?, se preguntó Sheridan. Tenía que estar pensando en ella porque acababa de verla. En la atractiva nueva vecina que hablaba español con acento extranjero. A lo mejor, quería volver a verla, como ella deseaba volverlo a ver…
-Te he hecho una pregunta y no me has contestado-insistió Charise-¿Le has visto? ¿Has visto al vecino de abajo?
-¿Por qué piensa que lo he visto, señorita?-preguntó Sheridan acercándose a su pupila con expresión un tanto alterada.
-Porque has salido nada más escuchar ruido en el piso de abajo. Os he oído hablar, aunque me vas a reñir porque está mal escuchar detrás de las puertas. ¿Y de qué habéis hablado que has tardado tan poco tiempo en bajar y subir?
-El vecino de abajo es algo tímido y no le gustan las conversaciones largas ni hablar con desconocidos.
-¿Es guapo y joven?
-Más bien es viejo y…poco atractivo…nada que le llame a usted la atención.
-Aún así, tengo ganas de conocerle.
-Me parece un poco arisco y antipático.
-Tú siempre me estás diciendo que sea agradable con las personas mayores.
            Era la primera vez que Sheridan le mentía con tanto descaro a Charise. No entendía el porqué no quería que conociera a Adán. Después de todo, parecía un joven agradable. Quizás fuera un tanto huraño, pero era debido a su timidez enfermiza. Era el polo opuesto de Rafael. Pero, aún así, Sheridan admitía que Adán se parecía mucho a su difunto novio.
-Preferiría que no se acercara a él, señorita-le pidió a Charise.
-¿Por qué no?-preguntó la joven, sin obtener respuesta por ello.

            Pero, al día siguiente, dio la casualidad que Sheridan y Charise bajaban la escalera cuando Adán salió a la puerta a coger el periódico. Sheridan iba a acompañar a Charise a la Academia donde estudiaba. Creyó que el corazón se le paraba cuando Adán salió y se encontró con ellas.
-Será mejor que volvamos a subir-le dijo Sheridan a su pupila intentando evitar el encuentro-Creo que no lleva todos los libros…puede que se le haya olvidado alguno.
-¿Quién es ese joven?-preguntó Charise, que tenía los ojos fijos en Adán.
-No lo sé…es la primera vez que lo veo…será mejor que volvamos a subir y repasemos si…
-Quiero conocerle.
-¡Por Dios, señorita! Es un desconocido y ya sabe que su padre no le gusta que hable con desconocidos.
-Papá no está aquí y puedo hablar con quien quiera.
            Sheridan se dio cuenta de que los ojos de Adán estaban fijos en Charise. No la había mirado ni una vez siquiera. Tenía la sensación de que había desaparecido para él. No pudo evitar que Charise y Adán quedaran frente a frente. Sus miradas se cruzaron y ya no pudieron apartar sus ojos de la cara del otro.
-¿Es usted nueva en este piso?-preguntó Adán, sorprendiéndose así mismo por haber tomado la iniciativa.
-Me llamo Charise Lancanshire-respondió la muchacha en un pésimo castellano.
-No es usted de por aquí.
-Soy de Estados Unidos. En concreto de una ciudad llamada Washington.
            Adán se dio así mismo otra sorpresa al coger la mano de Charise y depositar un beso en ella.
-¿Va a algún sitio?-le preguntó.
-Voy a estudiar-respondió la joven en el mismo espantoso castellano que antes.
-¿Dónde estudia?
-En una Academia para señoritas…No recuerdo bien el nombre de la calle…Mi español es horrible.
-Habla muy bien mi idioma.
-Me están enseñando.
-¿Y qué hace una joven de Washington en Madrid?
-Estudiar por un capricho de papá, que quiere que conozca Madrid y aprenda español.
-Madrid es una ciudad preciosa, señorita, y tiene que conocerla.
-No puedo. Tengo mucho que estudiar.
            Cuando Sheridan tiró del brazo de Charise para continuar bajando la escalera, indignada al ver que Adán no le había hecho el menor caso, el joven depositó otro beso en la mano de ella antes de despedirse y entrar de nuevo en el piso. 

            Ella había llegado para traer la alegría a su vida. A esa conclusión llegó Adán después de conocer a Charise.
            Durante años, creyó que la vida no tenía sentido alguno para él. Ahora, sabía que sí.
            Por primera vez en mucho tiempo, Adán se quitó el pijama, buscó una camisa, unos pantalones, un chaleco, unos zapatos y un sombrero en el armario y se los puso. Iba a salir a la calle por primera vez en mucho tiempo. ¿Motivo para abandonar su encierro? Escuchó a Charise bajar la escalera y quería reunirse con ella en la calle.
            Se peinó y se vistió en muy poco tiempo y bajó corriendo la escalera y salió con igual rapidez a la calle.
            En una esquina se encontraba Charise. Estaba más bella que nunca, como si fuese una aparición.
            Se acercó a ella corriendo y llegó a su altura justo cuando iba a doblar la esquina. Ella le dedicó una sonrisa encantadora cuando le vio junto a ella. Adán cogió la mano que la muchacha le tendía y se la besó. Pero, al hacerlo, se dio cuenta de que no se había afeitado, algo que maldijo en silencio. Tuvo el impulso de volver corriendo a su casa, pero no lo hizo.
            Los vecinos estaban mirando la escena desde sus ventanas. Algunos ni siquiera conocían a Adán porque ni asistía a las reuniones de la Comunidad de Vecinos. Creían que era un hombre mayor. Fue una sorpresa para todos descubrir que Adán Domínguez era joven. Joven y bastante guapo, al parecer. La americana le había hecho abandonar su encierro, se decían.
            Para Adán le parecía algo raro estar fuera, en la calle, respirando aire fresco. Él, cuya timidez enfermiza le había convertido en un ser huraño, quería hablar con alguien. Con una mujer que era una desconocida.
            Había otra mujer que contemplaba la escena oculta tras las cortinas. Era Sheridan, la cual se preguntaba el porqué le molestaba tanto que Adán quisiese hablar con Charise. Le parecía inverosímil sentirse atraída por un joven que era el polo opuesto de Jesús.
-Aún no me ha dicho su nombre-le recordó Charise a Adán.
-Me llamo Adán Domínguez-se presentó el joven.
            Cogió la mano de Charise y volvió a besársela.
-Es usted muy galante-afirmó la joven.
            Adán no pudo evitar ruborizarse al escuchar aquel halago.
-Estaba harto de estar encerrado en casa-dijo-Llevo sin salir a la calle mucho tiempo. Ya es hora de que el mundo sepa que estoy vivo.
            Le ofreció su brazo a Charise y ella se colgó de él; comenzaron a caminar y él le preguntó adónde quería ir.
-A la Academia donde yo estudio-respondió la joven.
-¿Y por qué está estudiando en una Academia madrileña?-preguntó Adán-Y disculpe si la he ofendido.
            Charise rió suavemente. Adán era un joven que le llamaba la atención. Desde que lo vio en la escalera, no había dejado de pensar en él. Le gustaba mucho. Era un joven encantador. ¿Por qué estaría siempre encerrado? Era demasiado joven como para enterrarse en vida. Tenía que salir y ver mundo.
-Papá quiere que estudie en una de las mejores Academias de Europa y la mejor se encuentra aquí, en Madrid-respondió Charise.
-¿Por qué?-preguntó Adán.
-Supongo que es porque Madrid es una ciudad bonita y elegante, con sus monumentos y en las que hay algo nuevo que descubrir todos los días. Me alegro mucho de que haya querido bajar a la calle, señor Domínguez.
-Por favor, llámeme Adán.
-Me parece una persona interesante y me gustaría conocerla mejor, si me lo permite.
            Escucharon la música de un violinista que tocaba en la esquina de la calle. Charise abrió el pequeño monedero que tenía colgado de la muñeca y sacó varias monedas que echó en la bandeja que el violinista había dispuesto en el suelo. Adán se fijó en que entre las monedas había pesetas y céntimos.
-¿Se aclara con la moneda?-preguntó Adán.
-Ya me voy enterando-respondió Charise.
-¿Cómo dice?
-Digo que ya sé cómo funcionan…las pesetas…
-Su acento delata que no es de aquí. Y su aire…
            Adán miró con expresión arrobada a Charise, cogió la mano de la joven y se la besó. Pasaron por delante de un café. Había varias personas dentro tomando algo y hablando de política. Charise miró al cielo y tuvo la sensación de que hacía Sol pese a que estaba cubierto de nubes negras. Recordó que Sheridan le había dicho que se llevase el paraguas y ella no le había hecho caso.
-Seguro que tiene novia-apostilló ella-Tiene que tener.
-No la tengo-repuso Adán.
-Un hombre como usted tiene que tener novia. Una joven buena con la que casarse…
            Llevada por un impulso, Charise se detuvo e hizo detener a Adán, se puso de puntillas y le besó de lleno en los labios.
-No ha debido de hacer eso-dijo Adán, pero su brazo, en cambio, rodeaba la cintura de Charise y la estrechó contra él-No ha debido de hacer eso.
            Sus labios rozaron la frente de la muchacha y se aferró con fuerza a ella porque creía que iba a desmayarse.
            Volvió a besar a Charise en la frente y se preguntó qué extraño hormigueo sentía él en el estómago.
-No ha debido de hacer eso-dijo Adán mientras él y Charise volvían a caminar.
-¿Por qué no?-preguntó ella-¿Por qué rehuye a la gente?
-Porque…no puedo decírselo, señorita Lancanshire.
-Desahogarse es bueno cuando uno lleva sobre su espalda un peso que le hace sufrir. Piense en mí como en una amiga.
            Adán tenía los ojos bañados en lágrimas cuando miró a Charise; él no la consideraba una amiga, sino algo más.
-No puedo-insistió-Huiría de mí cuando lo descubriese. Su estómago no lo resistiría.
-Si es sincero, lo demás no importa-dijo Charise-Usted me parece un hombre muy bueno, señor Domínguez. Pero ha sufrido mucho.
            La mirada de Adán se centró en un café de la acera de enfrente. Un caballero atendía a una mujer que iba vestida de una manera un tanto estrafalaria. La mujer no dejaba de cantar una canción acerca de la niñez y la inocencia. Pensó en todas las veces que se había despertado desde que era un niño y lloraba de desesperación al ver que seguía vivo. Él había rezado desesperadamente para morir antes del amanecer. Antes, hubo un tiempo en el que no era así. Era un jovencito alegre y juguetón que adoraba ir a clase y que adoraba aún más a su profesor de Matemáticas, el señor Helguera. Creyó que el mundo era perfecto hasta que cumplió once años y su vida y su mito quedaron destrozados.
            Desde entonces, se volvió más retraído, más callado. No era capaz de hablar con nadie, ni siquiera con sus padres…
-No puedo hablar con usted de eso-dijo Adán-No puedo hacerlo ahora…
-Cuando esté preparado, hablaremos-dijo Charise.
-No lo resistirá.
-Póngame a prueba. Quizás se lleve una sorpresa.
-Se desmayará. No lo soportará. Es demasiado frágil.
-Todo el mundo dice que soy demasiado frágil e inocente.
-¿Acaso no lo es?
-¿Por qué dice eso?
-Tiene todo el aspecto de ser una joven que jamás ha sido presentada en sociedad. Nunca salgo a la calle y no puedo opinar sobre la gente. Pero he leído mucho al respecto. Con usted no me he equivocado.
-Aún no he sido presentada en sociedad porque papá está esperando a que regrese de Madrid.
-¿Qué edad tiene?
-Diecinueve años.
-Yo acabo de cumplir los veintiuno.
-Entonces, podría venir a recogerme más tarde a la Academia. Podría presumir de acompañante. ¿Me haría ese honor?
-¿Dónde está esa Academia?
            Por primera vez, Adán no quiso luchar contra los amargos recuerdos de su pasado. Tuvo la sensación de que la canción que cantaba la mujer cambió. Ya no era una canción triste y amarga, como antes. Ahora, era más bien alegre. Adán se preguntó hasta qué punto Charise era consciente de lo mucho que había cambiado su vida desde que la conoció.
-Está a la vuelta de la esquina-respondió la muchacha.
-Sé donde está. Iré a por usted a las cinco. Creo que a esa hora salen las chicas de la Academia.
-No hace falta.
-En serio…Quiero acompañarla.
            Ella se echó a reír y lo besó en ambas mejillas a modo de despedida. Añadió un beso suave en los labios. Sin embargo, Adán la atrajo hacía sí cuando Charise se disponía a irse. Le dio un apasionado, aunque torpe beso en los labios, el primero que daba. A pesar de su torpeza, Charise correspondió a su beso con igual ímpetu. Ella estaba roja, pero sonreía cuando se separaron. Cuando retornó a su piso, Adán tenía ganas de echar a correr, de gritar, de bailar, de reír…Por primera vez desde hacía diez años, era feliz.
            Pero no podía vivir con el recuerdo de lo que le habían hecho años atrás, cuando era tan sólo un niño inocente. Por mucho tiempo que viviera, Adán sabía que no lo olvidaría nunca porque le había marcado para siempre. Todas las noches, la pesadilla se repetía una y otra vez…Veía sangre en el suelo, sangre en su cara, sangre ahí atrás…en su ano…y él lloraba desesperado, aterrorizado…Pero nadie le ayudaba…nadie…
            Trató de no pensar.
            Adán se daba cuenta de que tenía que dejar el pasado atrás. Era joven y tenía que centrarse en vivir sólo el presente y ese presente era una joven estadounidense que se había enamorado de él. Tenía que haberse enamorado de él porque lo miraba de una manera que sólo podía interpretarse como amor porque, si Charise no lo amaba, Adán acabaría hundido. Charise era la única oportunidad que tenía de olvidar. Tenía que olvidar lo que le había pasado. Se dijo que Charise era la única persona en el mundo que podía hacerle olvidar el horror que había sufrido y ayudarle a pasar página, aunque Adán tenía miedo de que, una vez descubierta la verdad, Charise lo rechazase. Le odiaría tanto como él se odiaba así mismo.

            Las manos de Adán se deslizan por el cabello rubio de Charise. Ella tiene la cabeza apoyada en el pecho del joven y, de vez en cuando, deposita un beso por encima de sus tetillas. Adán tiene la mejilla apoyada en el pelo rubio de Charise y se maravilla ante su tacto sedoso. La besa en la boca y siente el delicioso sabor de ella mezclándose con su saliva. Busca la lengua de Charise y ella, sin pudor alguno, se la entrega para emborracharle de su saliva.
            Deposita un beso en la frente lisa de la muchacha.
            La besa de lleno en la boca y su lengua penetra en el interior de los labios femeninos buscando lengua. Charise le besa a continuación y sus labios se mueven con calidez sobre los labios de Adán. El joven llena de frenéticos besos el encantador rostro de su amada. Sus labios se deslizan cuidadosamente por el cuello de cisne de Charise. 
-Te quiero-dice uno de ellos con una voz tan baja que apenas era un susurro.
-Te quiero-dice el otro también con voz susurrante-No puedo vivir sin ti…No puedo…
Me moriría…
            Se besan una, dos, tres veces…Sus besos son alegres porque están juntos, pero también son desesperados. Han llegado a tener miedo de no poder estar juntos nunca. Se abrazan y se besan; todo lo malo ha pasado, se dicen, nunca más volverán a separarse; Adán está en un país que no es el suyo, ha seguido a Charise por amor a su ciudad natal y sabe que allí es donde tiene que estar.
-¿Volveremos algún día a Madrid?-pregunta Charise.
-¿Quieres volver?-pregunta a su vez Adán.
-Si tú quieres…Lo que quieras…Te seguiré adonde vayas.
            Un gemido de placer se escapa de la garganta de Charise cuando siente las complacientes manos de Adán acariciando lentamente su cuerpo. La estrecha entre sus brazos y ella se prepara para recibirle dentro suyo; el tiempo se detiene cuando están juntos; todo lo demás carece de importancia cuando se encierran en su alcoba y dan rienda suelta a sus deseos.
-Siempre estaremos juntos-dice Adán con voz jadeante y cada vez más fuerte-¿Verdad que nunca nos vamos a separar? ¿Verdad que no?
-No, nunca-responde Charise con la respiración entrecortada.
            Al acabar, se duermen abrazados; Adán apoya la cabeza de Charise sobre su pecho y se duerme escuchando los latidos del corazón de la joven.    

 
                                         

miércoles, 20 de agosto de 2014

FRAGMENTO DE "EN LA ISLA"

Hola a todos.
Lo prometido es deuda.
Aquí os dejo con el fragmento que he podido escribir de mi relato En la isla. 
Vemos cómo avanza la relación entre Meredith y Gabriel.

-Sabía que te encontraría aquí-le dijo Meredith a Gabriel-Siempre te gustó pasear cerca de la vieja fortaleza.
                                      Era verdad. Desde que era pequeño, a Gabriel le había fascinado la antigua fortaleza del pueblo.
                                      Había sido construida dos siglos antes. Servía para defender el puerto de los posibles ataques. Desde que regresó de la guerra, iba mucho a pasear por aquel sitio. Servía para acallar el sonido de los disparos, que llevaba metidos dentro de su cabeza. Pero también le servía para no pensar en los cadáveres que vio.
-¿Qué quieres, Meredith?-le preguntó a la joven.
-Ya sabes que Phoebe se va a casar-respondió ella-Y ella, en el fondo, no quiere casarse. Gabriel, mi hermana está muy enamorada de ti.
-¿Y qué quieres que yo haga?
                                  Hablar con Gabriel había sido la única solución que Meredith había encontrado. Si Gabriel hablaba con Phoebe, la boda se cancelaría.
                                 Meredith estaba convencida de que Gabriel estaba enamorado de Phoebe. La idea que se le había ocurrido era que el joven hablara con ella. Le confesara lo mucho que la amaba. Y huyeran juntos.
-Puedes encontrarte con Phoebe aquí mismo-contestó Meredith.
                                  Gabriel escuchaba atónito las palabras de Meredith. Nunca había estado enamorado de Phoebe. Apenas había pensado en la joven durante el tiempo que estuvo peleando en el frente. Cuando intentaba olvidar el horror que estaba viviendo, se refugiaba en el recuerdo de otra mujer. Meredith... Pensaba en Meredith.
                                 En su deseo de volver a verla. De estar con ella. De abrazarla.
-Tú también estás enamorado de Phoebe-añadió Meredith.
                               La joven sintió cómo se exasperaba. Gabriel no decía nada. Parecía estar sumido en sus propios pensamientos.
                               Estaban solos en la fortaleza.
-¡Di algo!-se exasperó Meredith.
-Yo puedo ayudar a Phoebe a huir de esa boda si ése es tu deseo-afirmó Gabriel-Pero no me pidas nada más.
                                 No miraba a Meredith. No se atrevía a mirarla a la cara porque ella podría descubrir la verdad. Y la joven deseaba que la mirase.
-¿Qué es lo que me quieres decir?-inquirió Meredith-No te entiendo. ¿Es que no estás enamorado de Phoebe? ¡Qué tontería! ¡Por supuesto que estás enamorado de mi hermana! ¡Es imposible que no la ames! Phoebe moriría por ti. Los dos lo sabemos. Y tú...
                                Se hizo el silencio. Gabriel se atrevió a mirar a Meredith. Sus ojos parecían querer saberlo todo de ella. Meredith se estremeció. No vio amor en los ojos de Gabriel.
                                No vio amor por Phoebe reflejado en los ojos del joven. Meredith trató de no pensar que Gabriel podría estar enamorado de ella. Le pareció algo absurdo.
                                 Se suponía que él estaba enamorado de Phoebe. Se suponía que iba a fugarse con Phoebe. Se suponía que iba a declararle su amor a Phoebe.
-Meredith...-susurró Gabriel.
                                Y sus labios se apoderaron de manera apasionada de los labios de Meredith. La joven, en un primer momento, se quedó atónita.
                                   Esto no está pasando, pensó. Notaba los latidos acelerados de su corazón.
                                  Pasmada, Meredith se apartó de Gabriel. Pensó en salir corriendo de allí. No terminaba de creerse lo que acababa de pasar. Su corazón no podía permitirse creer lo que había pasado entre Gabriel y ella.
-¡Esto no está bien!-bramó Meredith.

  

                                Meredith no quería admitirlo. Pero su corazón se lo gritaba.
                               Llevaba toda la vida luchando contra los sentimientos que Gabriel despertaba en ella. Guardaba silencio porque Phoebe lo amaba más que a su propia vida.
-¡Tú también me amas!-exclamó Gabriel.
                                 Su voz sonó alegre. Meredith no quería escucharle. No podía creer lo que había pasado. Se resistía a creerlo.
-¡Esto es una locura!-se inquietó la joven.
-¿El qué es una locura?-le preguntó Gabriel-Nos amamos. Eso no lo podemos negar. Te amo, Meredith.
                               Ella le miró casi con horror. Pero, al mismo tiempo, lo miró con felicidad. Llevaba mucho tiempo soñando con escuchar aquellas palabras.
-¡No puedes estar hablando en serio!-se asustó.
                              Estaba hablando en voz demasiado alta. Se dio cuenta de ello. Pero el estado en el que se encontraba la hacía hablar de aquel modo. Conjuró la imagen de Phoebe. Pensar en su hermana la ayudaría a no sentir felicidad.
                             Era feliz porque Gabriel también la amaba.
                             No podía dejarse llevar por la dicha que estaba experimentando.
                             Debía de pensar en Phoebe. En lo mucho que su hermana amaba a Gabriel. Meredith no podía traicionarla.
                              Gabriel percibió la lucha que estaba sosteniendo Meredith. Él lo último que quería era hacerle daño a Phoebe.
-Nunca le haría daño a tu hermana-admitió Gabriel-Pero no podría estar con ella y fingir que la amo porque eso sería aún peor.
                              Meredith notó cómo algo se quebraba dentro de su pecho. Sabía que Gabriel tenía razón. Él no podía estar con Phoebe y fingir que estaba enamorado de ella.
                              A la larga, ella se enteraría de la verdad. Y sería demasiado doloroso. Phoebe no lo podría soportar. Meredith estaba descubriendo el lado más frágil de su hermana. Y no le gustaba nada.
-Podrías fingir que sientes algo por ella-le pidió.
-No podría hacer eso-replicó Gabriel-No podría hacerlo porque eso le destrozaría. Conozco bien a Phoebe. Ella merece ser amada de verdad. Y yo no puedo amarla. No puedo. Te amo a ti, Meredith. Aunque te cueste trabajo reconocerlo.
                                Y Meredith sabía que tenía razón.
                                Gabriel se acercó aún más a ella. Se sentía mejor desde que le confesó la verdad a Meredith. Y sentía que el amor que le profesaba era correspondido. Meredith lo admitiría.
                                El alma se separó del cuerpo de Meredith cuando Gabriel la abrazó con fuerza y los dos cayeron al suelo.
                                 Quedaron medio desnudos. Ella no se dio cuenta. Parecía que estaba flotando en el aire.
                                Cuando Gabriel acarició su cuerpo por debajo de su vestido. Cuando Gabriel la besó con pasión en la boca. Meredith se olvidó de que sus labios estaban recorriendo su cuello. Mordisqueando el lóbulo de su oreja. Llenando de besos sus hombros. Llenando de besos su cara.
                                Encima de ella...Dentro de su cuerpo...

martes, 19 de agosto de 2014

"EN LA ISLA" (NOTICIA)

Hola a todos.
Empiezo hoy a sacudir un poco el polvo en este blog para no tenerle abandonado.
Os dije que iba a dar una serie de noticias relacionadas con las historias que han visto la luz en este blog.
La primera de esas noticias guarda relación con mi relato En la isla. 
Este relato avanza muy despacio. Sólo he podido escribir un fragmento. No sé cuándo volveré a escribir otro fragmento.
En la isla va a permanecer en este blog. Lo que pasa es que no sé cuándo subiré todo lo que queda, que todavía queda.
Pero yo prometo que, en cuanto pueda, lo terminaré. ¡Palabra!
Aunque sea poco a poco, quiero terminar este relato porque lo pide a gritos. Me siento absorbida por otros proyectos que aún no han terminado y que merecen tener un final digno.
Muchas gracias por todo. Y lamento mucho las molestias ocasionadas.

lunes, 18 de agosto de 2014

UN BLOG BAJO MÍNIMOS

Hola a todos.
Sé que tenía prometida una segunda entrada hace unos días. Pero las cosas se me complicaron y no pude subirla.
Esta entrada la hago para anunciar que el blog estará bajo mínimos durante los próximos meses.
Haré entradas de vez en cuando, pero no haré tantas entradas como a mí me gustaría.
En lo personal, me encuentro bien y estoy muy motivada. Tengo otros proyectos en mente y me temo que no puedo ocuparme todo lo que a mí me gustaría de los proyectos que tengo en este blog.
A medida que vayan pasando los días, haré algunos anuncios que guardarán relación con el blog.
¡PERO "UN BLOG DE ÉPOCA" NO SE CIERRA!
Tiene que cumplir todavía su ciclo vital como blog. Y no lo ha cumplido aún.
No abandono blogger, porque estaré ocupada con mis otros blogs. Tengo también que mirar por ellos.
Lamento mucho las molestias. Lo digo de corazón.
Muchísimas gracias por estar ahí.
¡Un fuerte abrazo a todos!




miércoles, 13 de agosto de 2014

EL ARGUMENTO DE UNA DE MIS NOVELAS EN MI BLOG "ECOS DEL PASADO"

Hola a todos.
En el día de hoy, me gustaría hacer dos entradas en este blog.
En esta primera entrada, me gustaría hablaros de una cosa.
La primera es que he colgado el argumento de una de mis novelas en mi blog "Ecos del pasado", en el cual hago entradas porque no quiero dejarle morir por falta de uso.
Se trata de una novela romántica, pero de corte más bien erótico, a la que todavía no le he puesto título.
Transcurre en La India colonial y no guarda ninguna relación con Mía Stella. 
Podéis leer más detalles en este link:

http://lilian-ecosdelpasado.blogspot.com.es/2014/08/cincuenta-sombras-decimononicas-de-grey.html

Dentro de un rato, haré la siguiente entrada.

martes, 12 de agosto de 2014

EN LA ISLA

Hola a todos.
Hoy, he podido avanzar un poco con mi relato En la isla. 
Esta historia va avanzando poco a poco, a trompicones, pero es otra de las historias que tengo pendientes por avanzar.
De momento, estoy muy centrada en mi blog novela "Una brisa suave", que podéis leer en este link, aunque está en otra cuenta:

http://peafielmanzanareslaura.blogspot.com.es/

De momento, vamos a centrarnos en el fragmento que hoy toca de En la isla. 

                                Meredith acompañó a su prima Lily y a su hermana Phoebe a dar un paseo por los brezales.
                                Lily estaba empezando a ilusionarse con la boda de Phoebe. De algún modo, la futura boda de Phoebe le daba alguna esperanza a ella. Lily soñaba con encontrar el amor. Con casarse.
                               La mente de Meredith vagaba lejos de allí. No escuchaba los grititos de Lily.
                              Tan sólo veía el rostro entristecido de Phoebe. Le costó mucho trabajo reconocer a su impetuosa hermana mayor. Phoebe no debe de estar de acuerdo con esta locura, pensó Meredith casi con rabia. Deseaba poder hacer algo que ayudara a Phoebe a reaccionar.
-No deberías de apoyar tú también esta locura-exhortó a Lily.
-Meredith, por favor, no quiero discutir contigo-le pidió Phoebe, con voz cansada-He tomado una decisión. No voy a encontrar un partido mejor. No quiero rebelarme.
-Estás empezando a hablar como Phoebe-observó Lily-Por suerte, tu hermana mayor ha reaccionado. Y se va a casar.
-¡Pero ella no quiere casarse!-protestó Meredith-¿No te das cuenta?
-Meredith...-le imploró Phoebe-Te lo ruego.
                                De algún modo, la joven se sentía cansada. Estaba demasiado cansada como para rebelarse. Estaba demasiado cansada para pelear. Estaba, en realidad, cansada de todo.
                                Meredith observó el rostro de Phoebe. Estaba a punto de romper a llorar. Verla de aquel modo la destrozó.
-Si tú quieres, podemos ayudarte a huir-le sugirió.
                               Lily ahogó un grito escandalizado. Los ojos de Phoebe se llenaron de lágrimas. Le costaba trabajo reconocer a Meredith. Su dulce hermana menor se estaba rebelando. Y eso era algo que no le gustaba nada.
-No quiero huir-dijo Phoebe con voz débil-No quiero hacer nada. Me casaré. Y trataré de ser una buena esposa.
                               La familia vivía en la aldea de Old Grimsby. En la parte central de la isla...
                               El colmado estaba abierto. Había una mujer que estaba comprando allí comida. Phoebe respiró hondo.
                                Ya habían empezado los preparativos para su boda. Sería una mujer casada en cuestión de semanas. Sus padres se habían quedado en el salón. Confeccionaban la lista de invitados. Discutían acerca de a quién iban a invitar. Hablaban acerca de a quién no iban a invitar. Phoebe sentía un fuerte dolor de cabeza.
-Cuando tú te cases, yo me casaré-afirmó Lily-¡Lo intuyo!
-Serás una buena esposa-auguró Phoebe-Yo también espero ser una buena esposa algún día. Trataré de ser complaciente. Sumisa...
                               Phoebe ahogó un sollozo. Lily se cogió de su brazo.
                               Intercambió una mirada cargada de significado con Meredith. Ésta apoyó una mano sobre el hombro de Phoebe.
                               La joven trató de sobreponerse. Había gente en la Plaza del pueblo.
                               La estaban mirando. Sabrían que, en realidad, no quería casarse. Phoebe se secó las lágrimas de un manotazo. Debía de ser fuerte. Sin embargo, no consiguió engañar a Meredith. Tampoco logró engañar, muy a su pesar, a Lily.
-Habla con nuestros padres-insistió Meredith, casi desesperada-Ellos lo entenderán.
-¡No puedo romper el compromiso!-se lamentó Phoebe-Es ya muy tarde. No puedo hacer nada.
                                Luchó por no echarse a llorar. Pero las lágrimas surcaban su rostro.



-Demos media vuelta-sugirió Lily.
-¡Quiero volver a casa!-pidió Phoebe.
-Volveremos a casa.
-Gracias...

sábado, 9 de agosto de 2014

UN RECUERDO FELIZ

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros uno de los recuerdos más bonitos que tengo.
Yo tenía dieciséis años. Había ido a pasar el sábado a Villa Caravaning, un camping que se encuentra en La Manga, con el grupo con el que me iba a confirmar.
No me bañé en la playa.
Pero sí recuerdo que siempre quise dar un paseo descalza por la orilla de la playa un anochecer. Puede parecer idiota hablar así. Lo había visto hacer en las películas y quería hacer yo lo mismo. Era una imagen cargada de romanticismo, pero también de libertad ver cómo se pone el Sol desde la playa.
Antes de que nos fuéramos, bajé a la playa. Me quité los tenis y los calcetines y di un paseo por la orilla mientras el agua mojaba mis pies. Estaba yo sola y, por primera vez en mucho tiempo, me sentí libre. Me sentí feliz. Contemplaba la puesta de Sol y tenía la sensación de estar metida dentro de una película. Yo sola...La playa...El atardecer.
Estaba muy contenta. Tenía un ratito para mí. Para no pensar en mis problemas. Para olvidarme de todo. Para ser un poco yo misma.
Conservo ese recuerdo como uno de los más felices de mi vida.



Lo único que lamento es no conservar ninguna foto de ese instante más que en mi cabeza.

martes, 5 de agosto de 2014

UN PROPÓSITO

Hola a todos.
Este año, me he hecho un firme propósito.
Quiero terminar todas las historias que he empezado.
Tengo muchas historias que todavía no han visto la luz que van por la mitad. O que sólo llevan escritas cinco páginas. Esas historias merecen tener un final. Los personajes merecen saber qué va a ser de ellos. Y no es justo que permanezcan en el olvido.
He terminado a lo largo de este año varias historias. Y quiero seguir dando un final a todo lo que he escrito. Es lo justo.

lunes, 4 de agosto de 2014

LO HE INTENTADO

Hola a todos.
Hoy, me gustaría hablar sinceramente con vosotros.
Me gusta escribir relatos que transcurran, sobre todo, en el siglo XIX. Mi periodo de tiempo favorito abarca desde 1830 hasta 1869. Sin embargo, soy una apasionada de la Regencia. También me gusta escribir sobre finales del siglo XIX.
Y, gracias a Berkley Manor y a El corazón de Carolina, me reencontré con mi primer amor literario: el siglo XVIII.
También he escrito relatos que transcurren en los siglos XVII y XVI o en la Edad Media o en la época romana o en la Prehistoria.
Y también he escrito relatos que transcurren en las décadas de 1920, 1930, 1960, 1980 y 1990.
Se trata de relatos más o menos largos.
Pero el problema viene cuando trato de escribir un relato que transcurra del año 2000 en adelante. Puedo escribir relatos que transcurran hoy en día. Pero no pueden ser relatos largos. No he podido escribir ningún relato de más de 10 páginas que transcurran en nuestra época. ¡No puedo!
Lo he intentado. Pero, por algún motivo, no consigo escribir sobre el día en el que vivo. Y debería de ser más fácil. ¡Pero no puedo! ¡Me bloqueo!
Por algún motivo, me siento más cómoda escribiendo sobre gente que viaja en carruaje y sobre mujeres que llevan enaguas y corsés, aunque no podría llevar nunca ni una pesada enagua ni un corsé.
Y eso que pienso que esos periodos de la Historia, aunque sirven para soñar, fueron una auténtica pesadilla para una mujer.
Conozco mis límites. Puedo escribir un relato corto que transcurra a fecha de hoy. Pero no puede superar las 10 páginas. No lo consigo.
El romance de época es lo que más me gusta y me ceñiré a él. Al menos, por el momento.

viernes, 1 de agosto de 2014

UN RELATO ACTUAL

Hola a todos.
Hoy, me he decidido a intentar escribir un nuevo relato contemporáneo.
Lo cierto es que no soy muy de escribir novela contemporánea. Aunque viva en el año 2014, por algún motivo, me siento más cómoda escribiendo sobre otros periodos de tiempo.
Puedo escribir sobre los años noventa, ochenta y sesenta. Pero tengo muchos problemas cuando trato de escribir sobre algo que ha pasado a día de hoy.
El relato que os traigo no es romántico. Es más bien sobre unas amigas en su entorno de trabajo.
Es bastante cortito. Transcurre en el año 2007.
Espero que os guste.

HORAS DE OFICINA

2007

-¡Estoy harta de trabajar aquí!-exclamó una voz cabreada hacia las doce del mediodía de un lunes de finales de mayo-¡Nadie valora mi talento! ¡No sé porqué estoy aquí trabajando y rodeada de la gente más mediocre que jamás he conocido! ¡No sé porqué no me largo! ¿Y qué narices estás haciendo aquí?
            Las quejas de Elisa Barahona no le pillaban por sorpresa a su amiga Alejandra Murillo. Las dos eran naturales de Pamplona. Las dos eran amigas desde que eran pequeñas. Se conocieron en la guardería, cuando Elisa le dejó a Alejandra sus Plastidecor para colorear porque a ella se le habían olvidado. Desde ese día, se hicieron inseparables. Juntas habían ido al colegio y habían compartido pupitre hasta acabar el Bachillerato. Alejandra se decantó por estudiar el Grado Superior de Administración y Finanzas porque se consideraba demasiado torpe como para intentar hacer el examen de Selectividad. Elisa, pese a que había hecho el examen de Selectividad y había aprobado con un 9, también se apuntó a hacer el Grado Superior porque no quería separarse de su amiga.
-Ya sabes que nunca he tenido claro lo que quería estudiar cuando acabase el instituto-respondió Alejandra con serenidad-La Administración y Finanzas me ha permitido conseguir trabajo en una buena compañía de seguros, aunque no tenga mucho que ver-Rió suavemente. Elisa admiraba la serenidad de su amiga. Ella era más impulsiva, más apasionada. Solía hacer las cosas sin pensar y era Alejandra la que la llamaba a la calma. Sobre todo cuando Elisa cortaba con algún novio y pensaba en el suicidio; era Alejandra la que le sacaba la idea de la cabeza. Deseaba ser como ella-Además, he oído que una dieta rica en fruta y verdura amansa el carácter y ya sabes que soy vegetariana.
            Elisa ocultó la cabeza en el teclado de su ordenador Windows XP (el último modelo de ordenador) y la alzó rápidamente, lanzando un gruñido de rabia.
-Esta mañana, he llamado al señor González, uno de los clientes de la competencia, con la intención de atraerlo hacia nosotros.
-El señor González, ¿eh?-Alejandra alzó una de sus cejas-He oído que tiene fama de difícil. Nadie de la oficina ha conseguido atraerlo hacia nosotros. Y sospecho que tú tampoco has tenido éxito. ¿Me equivoco? ¿A que no? Nunca me enfrentaría a él.
            El teléfono de la mesa de Elisa estaba descolgado, pese a que hacía rato que la línea estaba muerta.
-Lo que pretendía era ganarme el respeto del señor Arribas-se justificó Elisa. El señor Arribas era el jefe de las jóvenes-Siempre me está criticando. Asegura que conseguí el puesto porque a nuestro jefe anterior, el señor Estévez, le parecí atractiva. Quería demostrarle que tengo valía y, por eso, llamé al señor González. Ahora, me arrepiento de haberlo hecho. Me he pasado cerca de una hora hablando con él por teléfono, tratando de convencerle de las ventajas de nuestra aseguradora con respecto a la suya y no lo he conseguido. ¡Me ha chillado!-Elisa estaba al borde de las lágrimas-¡Me ha insultado! ¡Y me ha colgado el teléfono! ¡Encima eso! Se me ha clavado el bollo que me he tomado para desayunar en el estómago. Creo que, después de lo de hoy, no pienso comer bollos nunca más porque los vomitaré. ¡Ha sido horrible!
            Elisa se echó a llorar. Alejandra se levantó de su silla, fue hacia su amiga, se arrodilló a su lado y la abrazó, mientras le decía que no se preocupase, que lograría captar a otro cliente mejor que el señor González. Acarició el cabello rojo de su amiga y se maravilló de su suavidad al tacto. Elisa apartó el rostro del hombro de su amiga y Alejandra le secó las lágrimas con las manos. Era obvio que el rechazo del señor González había afectado, y mucho, a su amiga. Elisa odiaba trabajar en la aseguradora, pero quería destacar a los ojos de Alejandra.
-A mí también me han rechazado los clientes-dijo con tranquilidad.
-A ti no te ha amenazado el señor Arribas con despedirte-le espetó Elisa-¡Pero a mí sí! Me quiere poner de patitas en la calle.
-Estoy segura de que el señor Arribas tiene un alto concepto de ti y que te ve como la mejor de todos los que trabajamos aquí. Por mucho que te quejes, él sabe que adoras tu trabajo y que le pones mucha pasión.
-Lo que no quiero es separarme de ti. He pasado toda mi vida contigo. No me consuela el hecho de que estemos viviendo juntas desde que acabamos Bachillerato porque no puedo estar todo el día encerrada en casa esperándote.
-A mí también me gusta vivir contigo, Eli. Eres una grata compañía cuando no refunfuñas. Y me río mucho contigo. Las otras chicas que trabajan aquí son insufribles. No las soporto.
            La aparición del señor Arribas en la oficina obligó a Alejandra a regresar a su puesto y a Elisa a secarse las lágrimas. Alejandra enchufó el ordenador y se puso a revisar las tarifas que la empresa ofrecía a sus clientes en caso de incendio. Elisa colgó el teléfono y consultó un listado de posibles clientes, aunque no tenía la cabeza puesta en ellos.
-En estos momentos, lo que más deseo es coger el bolso y la chaqueta, largarme a casa, meterme debajo de la manta y no salir hasta el año que viene-masculló la joven-¡Me van a echar!
            Sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas ante la idea de perder su trabajo.
-No llores porque el señor Arribas se dará cuenta de que algo pasa y, entonces, sí que se va a enfadar-le aconsejó Alejandra con un susurro.
            Desde que le vino la regla por primera vez, Elisa había salido con muchos chicos y más de uno le había destrozado el corazón. Sin embargo, lo que sentía por su amiga era verdadera devoción.
-Nunca me ha gustado la idea de convertirme en un ama de casa frustrada que se pasa todo el día con la fregona en la mano y un Silik Bang en la otra y que se pasa las mañanas viendo El Programa de Ana Rosa-se lamentó Elisa-¡No soporto a Ana Rosa! ¡No soporto a la Estaban! ¡Aborrezco al Lecquio!-Volvió a sollozar- No hay auténticos periodistas en ese programa. La mayoría están allí porque se han acostado con algún famoso. O porque han salido en Gran Hermano. ¡Yo podría informar mil veces mejor que todos ellos! ¡Los odio! Parecen gallinas alborotadas en un corral y sus risas… ¡Qué asco! Me recuerdan a Loreto Valverde. Se dedican a comentar los reality shows de Telecinco y el culebrón-caracol de la tarde. Ya sabes, Yo soy Bea.
-Ya no se puede ir por el mundo derrochando el amor-canturreó Alejandra que había estado enganchada en la susodicha telenovela hasta que vio que avanzaba a ritmo lentísimo-En esta vida hay que saber capear…
-¡No me cantes esa canción que te tiro por la ventana! ¿Y llaman a eso información? ¿Hablar de un puto culebrón? Doña Adelaida lo hacía mil veces mejor que la Esteban. Lo de informar.
-No me hables de doña Adelaida. Mi madre creía que era su gurú después de picarse en Cristal y en La Dama de Rosa.
-Cualquiera informa mejor que esa pandilla de frikis.
            Alejandra sabía que el gran sueño de Elisa era ser periodista. De hecho, sobrepasó la puntuación necesaria para estudiar Periodismo en la Facultad cuando hizo el examen de Selectividad. El porqué se había decantado por hacer un Grado Superior era un misterio para su amiga.
-Cada vez que el señor Arribas me llama a su despacho es para decirme que no estoy haciendo ningún progreso, que no he captado a ningún cliente en lo que llevamos de año y que sus informes sobre mí son pésimos-se lamentó Elisa nuevamente-Me dan ganas de enviarlo todo a la mierda e irme sin darle la ocasión a que me eche. Y aún no sé qué es lo que me detiene.
-Porque quieres hacer las cosas bien-afirmó Alejandra-Eso es lo que te detiene.
            Sin embargo, Elisa sabía que su amiga se equivocaba. La relación entre las dos muchachas era tan estrecha que sus compañeros habían llegado a tildarla de morbosa. El señor Arribas tenía fama de ser ultraconservador y no soportaba a aquellas personas a las que consideraba inmorales. Si Elisa, con su fuerte carácter, no había llegado a enfrentarse a él era por miedo a perder su trabajo. No, no temía perder su trabajo porque lo aborrecía. Lo que realmente no podría soportar era la perspectiva de dejar de ver a Alejandra. Era una tontería porque vivían juntas. Sin embargo, las horas del día se le harían eternas a Elisa sin Alejandra. Mil veces se había dicho que lo que sentía por ella era algo que no se salía de lo normal. Eran amigas. Elisa estaba convencida de su heterosexualidad porque había salido con muchos chicos, había querido a varios y había llorado cuando la relación se rompió. Pero no ponía la suficiente pasión en esas relaciones y sus ex novios se quejaban de ello.
            Alejandra apartó la vista del ordenador para fijarse en su amiga. Elisa se merecía ser feliz, pero, por alguna razón, su vida personal y laboral estaba vacía. Le dedicó una sonrisa.
-Nunca he tenido novio-dijo.
-Porque tú no quieres-le espetó Elisa-Porque eres muy guapa. ¡Ya quisiera más de una lagarta ser como tú! Lo que pasa es que eres tímida con los chicos. Y ellos sólo buscan en una tía algo parecido a una puta. Lo sé por experiencia. Hace tiempo que me desengañé de los tíos. No pienso echarme novio nunca más.
-Pero no me importa. Estoy contenta con la vida que llevo porque tengo un trabajo que me llena y que me mantiene ocupada. Y tengo a la mejor de las amigas a mi lado, así que no puedo pedir más.
            Elisa se odió así misma porque se alegraba de que Alejandra no tuviera novio. Se decía que tenía que presentarle a algún chico. Sin embargo, todos los tíos que conocía no le parecían lo suficientemente buenos para Alejandra.
-¿Acaso hay algo en mí que no es normal?-se preguntó por millonésima vez Elisa-No es normal que me alegre de que mi mejor amiga no tenga novio. Pero es que no hay nadie que sea lo bastante bueno para ella. Ningún tío se la merece. Ninguno. Y no lo entiendo. Puede que no sea una mujer de verdad. Sí que lo soy cuando hago lo que hago con los tíos-Pero dijo:-Lo dices sólo para animarme. Siempre consigues animarme con tus palabras.
-Se dice que el agua acaba con el fuego-sentenció Alejandra.
-Me hubiera gustado tener esa vena poética que tienes-Elisa esbozó una triste sonrisa-Y también tener un ápice de tu dulzura.
-Tú también tienes un carácter dulce, Eli-afirmó Alejandra-Lo que pasa es que tienes ese puntito de rebeldía que todos tenemos alguna vez.
            La muchacha empezó a teclear; las tarifas presentaban unos cuantos errores y el señor Arribas le había ordenado que los buscara y que los corrigiera. El puntito de rebeldía de Elisa, como había dicho, debía de ser el típico que todos tenemos en algún momento de la adolescencia. Pero la joven era inconformista por naturaleza y ello, unido a su carácter fuerte, había agudizado su rebeldía con el paso de los años.
-El problema está en que, cuando me enojo, llego a decir cosas realmente terribles y me arrepiento de haberlas dicho justo al instante-dijo Elisa-En más de una ocasión, he llegado a pegar a alguien porque estaba fuera de mí. Me asusta la idea de hacerte daño. Me aterra, Ali.
            Alejandra le dedicó una sonrisa cariñosa. Le tendió una caja de klínnex a Elisa para que se secara los ojos. La joven cogió varios, se secó los ojos y se sonó los mocos; mientras, por debajo de la mesa, se quitaba los zapatos de tacón alto (¡unos auténticos Manolo Blanhik, como los que lucía Carrie en Sexo en Nueva York!) que le hacían daño en los pies y los oprimían. Se preguntó como Carrie tenía tanto dinero para ir a los clubs de moda de la ciudad y para comprarse buena ropa y zapatos caros y, en cambio, su apartamento se parecía a una pensión de mala muerte.
-Me consta de que tú jamás le harías daño a alguien porque eres la persona más buena que conozco-dijo Alejandra.
-Menos a Jaime Cantizano y sus colaboradores-la corrigió Elisa-Me parece que sólo traen a su programa a los famosillos salidos a raíz de la Operación Malaya. ¿Y quién narices es el Tío Luís? ¡Ya han conseguido esos hijos de puta que hable de ellos!
            Elisa golpeó con rabia la mesa. Una de sus adicciones inconfesables era ver programas de corazón. Estaba enganchada a ellos desde que empezó a ir a clase sólo media jornada a raíz de que empezara en Bachillerato. Veía Aquí hay Tomate cuando podía y, luego, despotricaba contra Jorge Javier Vázquez. Le parecía que el creído presentador quería asemejarse al psicópata de El guardaespaldas. Jorge Javier hablaba mal de Isabel Pantoja y de su familia en prácticamente todos los programas. Y lo hacía con un entusiasmo que resultaba repugnante y enfermizo. Dicho esto, a Elisa no le gustaba para nada Isabel Pantoja. Sin embargo, empezaba a creer que Jorge Javier se había vuelto loco o que era un esquizofrénico que había dejado de tomar su medicación. Esto lo pensó después de que se emitiera un reportaje en el que se hablaba del menáge a trois entre Picasso, Dalí y la mujer de éste último, Gala. ¿Acaso creía que era interesante hablar de un triángulo (supuesto triángulo) amoroso que hubo hace cincuenta años? Elisa había llegado a creer que Jorge Javier se iba por las noches al cementerio de la M30 a desenterrar a los muertos acompañado por Aramís Fuster. Ella invocaba al espíritu del difunto si éste era famoso. Jorge Javier lo grababa todo por el móvil y lo presentaba de forma histérica al día siguiente en su programa.
-A mí me cae simpático Antonio David Flores-se sinceró Alejandra-Cometió algunos errores en su día, pero todos somos humanos y nos podemos equivocar. En el fondo, todos somos como Antonio David. Cometemos errores, pero terminamos corrigiéndonos a tiempo, antes de que cometamos algo espantoso.
            Elisa supo que lo decía por ella. Su ocasional agresividad la había asustado porque temía emplearla contra Alejandra. Antes de hacerle daño, se suicidaría porque pegar a Alejandra significaría el fin de su amistad. Poco le importaba si la denunciaba o no. La perdería para siempre y no podría soportarlo. La pasión que sentía por ella (una pasión amistosa y sana, se recordaba) era comparable a la forma la pasión que Jorge Javier ponía a la hora de despellejar a Isabel Pantoja. ¿Debía tomarlo como algo bueno o como algo malo?, se preguntaba. Nunca había pensado que pudiese haber algo malo en su amistad con Alejandra. Para ella era Ali, su Ali, su mejor amiga, su hermana de espíritu. Le había puesto el diminutivo de Ali porque se parecía mucho a Eli, que era como Alejandra la llamaba. ¿Había algo raro en querer hacer una broma con sus nombres? Elisa se dijo que se estaba volviendo paranoica.
-Ahora me arrepiento de no haber leído Mujercitas cuando estábamos en la E.S.O y la señora Ramos nos la recomendó. Me parece que hay un episodio dedicado al malhumor y a la agresividad de Jo-Elisa suspiró con tristeza.
-Sí-contestó Alejandra. Había momentos en los que parecía más la madre de su amiga-Uno en el que se niega a perdonar a Amy por haber quemado un libro de cuentos que pensaba regalar a su padre que estaba en el frente. Al final, tras haber hablado con su madre y después de que Amy se cayera a un estanque helado, Jo perdona a su hermana. Y promete poner remedio a su mala leche. En Hombrecitos, aparece como que es más dócil porque es ya mayor.
            Elisa observó como las manos de su amiga se movían a gran velocidad mientras pulsaba los teclados y aparecían las palabras en la pantalla plana del ordenador Windows XP.
-De todas maneras, no necesito a la señora March para cambiar mi carácter-afirmó la joven-Te tengo a ti. Tú me sabes escuchar y me sabes animar cuando tengo un problema y eso es bueno. Sobre todo a la hora de controlar mi carácter. He tenido problemas, muchos problemas con el resto de compañeros porque, a veces, he perdido la calma con ellos.
-El señor Arribas no te ha despedido porque siempre pides perdón-dijo Alejandra-Eso habla muy a tu favor porque sabes reflexionar y llegar a la conclusión exacta cuando apenas han pasado unos instantes.
            Elisa trataba de llegar a la conclusión exacta de su vida. ¿Qué le estaba pasando? Tenía 24 años, era joven, atractiva y sensual. Los tíos se morían por sus huesos y a ella le gustaba provocarles. El problema era que, pasada la emoción de los primeros días, quería deshacerse de ellos. Se enfadaba muchísimo cada vez que veía a uno de sus ligues enrollado con otra chica, pero nunca se había encerrado en su habitación a llorar desconsoladamente como cuando veía a Alejandra hablando con una chica o un chico de manera animada. Esto no era normal, se decía. Si tuviera tiempo, le diría al Jefe de Personal que necesitaba hablar con la psicóloga de la empresa. Si tuviera tiempo, no, se corrigió en el acto. No hablaría con la psicóloga porque estaría una hora sin ver a Alejandra, lo cual no podía soportar. Por eso mismo, tampoco hablaría con el Jefe de Personal. Pero, ¿es que no veía que su actitud era enfermiza? ¿Acaso el mundo se acabaría si dejaba de ver durante unos segundos el dulce rostro de Alejandra?
-Tienes demasiada fe en mí-dijo Elisa con tristeza-Lástima que mis padres no sean de tu misma opinión. Ellos siempre me han considerado como una especie de cabra loca y piensan que no voy a llegar lejos en esta vida. Después de hablar contigo, me siento mejor. No sé qué magia tienes que haces que la gente a tu alrededor sea feliz. Esta mañana, cuando el señor González me ha colgado el teléfono, mi único deseo era morirme. Sin embargo, tú estabas ahí con la intención de que no desanimara y que siguiera luchando. ¡Y eso es lo que voy a hacer!
            ¡Ahí estaba la respuesta! Necesitaba a Alejandra porque era su guía en el complicado mundo de la vida. La necesitaba porque quería escuchar sus palabras de aliento por las mañanas. Era su forma de recordarse el porqué estaba en aquella compañía de seguros. Estaba allí porque no podía alejarse ni un milímetro de su mejor amiga.
-¡Así me gusta que seas, Eli!-exclamó-Valiente y luchadora.
-No lo soy-dijo-Pero lo intento ser.
            Alejandra asintió, encantada al ver la determinación de Elisa.
-Ser terca puede ser algo bueno en algún momento-dijo. Descolgó el teléfono, miró la lista y buscó lo que encontraba-Lo he oído decir porque no soy terca.
            Elisa marcó el número de teléfono que había encontrado en la lista y esperó a que dieran la señal.
-Hola, buenos días…-saludó con voz educada y fría a la vez. La voz de un profesional.
            La mañana no terminó mal.

 

                             Elisa se sintió mejor cuando acabó la jornada laboral. Alejandra y ella se subieron en el coche.
-Te llevo a casa-se ofreció Alejandra.
                           Se abrocharon los cinturones de seguridad. Elisa se recostó contra el asiento del copiloto. Alejandra arrancó el coche. Elisa pensó que, por lo menos, no estaba tan sola. Podía apoyarse en su amiga Alejandra.
                             Hacía unos meses que había decidido poner punto y final a la relación que mantenía con su novio.
                             Llevaba con él desde que estaba en el instituto.
                            Sólo le había besado a él.
                             Pero su ex novio nunca la había valorado como persona. Y Elisa deseaba demostrarle al mundo su valía. Ella tenía mucho que ofrecer. Y, siendo sincera, no le disgustaba nada estar sola. Mejor sola que mal acompañada, pensó.

FIN