jueves, 21 de agosto de 2014

BORRADOR DE UNA DE MIS HISTORIAS

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros el borrador de una de mis historias.
No está muy desarrollada porque se trata de uno de mis primeros trabajos.
Ni siquiera tiene un título. Transcurre en el siglo XIX en Madrid. Pero tiene muchos fallos. Soy la primera que lo reconoce.
Deseo de corazón que me digáis en qué me he equivocado y qué cosas debo de corregir.
Lo agradecería de corazón.

                                    Cuando murieron James y su madre, Sheridan tenía siete años; su padre estaba arruinado ya que un incendio fortuito quemó la granja en la que vivían y mató a todos los animales. El hombre no sabía hacer nada. Su vida se había limitado a cavar agujeros para encontrar oro. Su esposa era la que traía el sustento a casa. El hombre vivió a costa de su mujer hasta la muerte de ésta, pero, en cambio, el padre de Sheridan tenía buena mano a la hora de jugar a las cartas, por lo que se convirtió en un experto tahúr cuando se vio en la miseria. Durante los siete años siguientes, Sheridan acompañó a su padre de taberna en taberna y aprendió distintos trucos a la hora de hacer trampas en las cartas y a salir huyendo cuando eran sorprendidos.
            Sheridan sabía que su madre procedía de una familia rica de Washington y que se había escapado con su padre, que trabajaba como criado en la mansión familiar, porque los dos estaban muy enamorados. No obstante, Sheridan no conocía a la familia de su madre. Sin embargo, el mismo día en que fue ejecutado su padre, una tía suya por parte de madre vino a buscarla al pueblo de mala muerte donde tuvo lugar la ejecución  y se la llevó consigo a Washington para educarla y convertirla en una señorita. Por aquel entonces, Sheridan se había criado como una salvaje y se comportaba como tal. Vestía pantalones vaqueros como si fuera un chico y su pelo rojo estaba siempre sucio y revuelto. Hablaba bastante mal, comiéndose algunas palabras, decía muchos tacos, daba zancadas al andar y se mostraba grosera y maleducada con la gente. Durante años, la única cama que había tenido Sheridan era el suelo de un establo o del camino y el techo que la cobijaba era el cielo.
            A los catorce años, Sheridan se enamoró de un joven mexicano, Jesús, que era el compañero habitual desde hacía unos meses de su padre en la mesa de juegos y pensó que había algo más entre ellos cuando le dio su primer beso; él le duplicaba la edad, pero a Sheridan no le importó porque era apuesto y simpático. Nunca pasaron de los besos porque Jesús la respetaba demasiado y, a decir verdad, Sheridan tampoco quiso ir más allá. Aún soñaba con el beso en la frente que él le daba todas las noches antes de irse a dormir. De haber vivido el tiempo suficiente, Sheridan se habría acostado con Jesús. Era una relación secreta, por supuesto; el padre de Sheridan habría sido capaz de asesinar a Jesús de haber descubierto que cortejaba a su hija, que ni siquiera había empezado a menstruar. 
            A los pocos meses de empezar la relación, el novio de Sheridan fue asesinado en una trifulca en la mesa de juegos acusado de hacer trampas y el padre de la joven mató a su asesino en defensa propia cuando fue a por él. Todos los jugadores huyeron, menos el padre de Sheridan. Fue arrestado y condenado a muerte, siendo ejecutado a las pocas semanas ante la mirada desesperada de su hija. En menos de un mes, había perdido al único hombre que había amado y a la única familia que le quedaba.
            Lo que más escandalizaba a la tía de Sheridan, recordó ésta, era su afición a escupir en el suelo y a eructar después de comer o mientras hablaba con alguien; su sobrina era capaz de hacer piruetas montada a caballo y de cabalgar a horcajadas sobre él, de hablar y jugar con los perros y de tratar de domesticar a un ratón o a una rata; la dejó hacer porque aún era una niña, pero las cosas empezaron a cambiar cuando Sheridan sintió un fuerte dolor de vientre mientras estaba subida a un manzano del jardín y mordisqueaba sus hojas. Empezó a dar gritos de dolor y de terror cuando se fijó en que sus pantalones vaqueros estaban llenos de sangre; la falta de información sobre lo que le había pasado porque su padre no sabía nada de ese tema y su madre murió antes de poder explicárselo y el miedo que pasó porque creyó que se estaba muriendo supusieron un fuerte shock para Sheridan. Uno de los criados, procurando no mirar la entrepierna del pantalón manchado de sangre de la chica, tuvo que ayudarla a bajar del manzano porque ella estaba tan aterrada que no podía moverse; sólo gritar.
            Su tía aprovechó el momento para decirle a la asustada adolescente que había llegado el momento de dejar atrás su comportamiento salvaje. Como la chica estaba tan aterrorizada por lo que había ocurrido en el manzano, obedeció dócilmente a su tía y no volvió a mostrar síntoma alguno de rebeldía ni de salvajismo.
            A partir de ese momento, comenzó la transformación de Sheridan; al ser ya mujer, tenía que llevar el pelo recogido en un moño, lavado y peinado, tuvo que renunciar a los juegos que más le gustaban, pues era una señorita y las señoritas tenían que andar correctamente y relacionarse con señoritas de su edad. 
            Le gustaba andar descalza para disgusto de su tía. Comía con las manos y se limpiaba la boca con el mantel. Se subía a los árboles, desafiaba a los hijos de los criados a hacer carreras y a trepar a los árboles y se peleaba a puñetazos con ellos.
            Sheridan recordó las horas que pasó su tía enseñándole a andar derecha, a comer con cubiertos, a usar el cubierto correcto para cada cosa…La enseñó a hablar sin comerse las palabras y a no decir palabrotas, a servir el té, a servir los aperitivos, a dirigirse con educación a la gente…Le buscó un profesor que la enseñó a leer y a escribir en un tiempo récord porque no sabía ninguna de las cosas. Además, tenía otros profesores que le enseñaron idiomas, Música, Filosofía, Historia, latín, Astronomía y otras asignaturas más, así como aprendió a bordar delicados manteles. A los dieciocho años, Sheridan estaba despojada completamente de cualquier resto de su anterior salvajismo. Esperaba que su tía la presentara en sociedad  y poder conocer a otras jóvenes millonarias de su edad, pero, entonces, el contable de su tía la estafó y huyó con todo su dinero.
            Sheridan se hizo la encontradiza con Adán al día siguiente en la escalera.
            Adán salió a la escalera a coger el periódico. Sheridan le oyó abrir sigilosamente la puerta. Se apresuró a bajar corriendo la escalera. Tenía ganas de conocer a aquel viejo  solitario.
            Se llevó una sorpresa muy grata al descubrir que el viejo solitario era un joven de su edad y bastante guapo.
            Como lo fue Jesús. 
            Adán no pudo cerrar la puerta. Nunca antes había visto una joven tan hermosa como ella. Sheridan se quedó plantada delante de él. Le sonrió y Adán pensó que el Sol había salido gracias a aquella sonrisa. Ella, en cambio, experimentó un revuelo en estómago que no había vuelto a sentir desde la muerte de Jesús.
-Buenos días-lo saludó en un perfecto español.
            Jesús le había enseñado a hablar español durante el tiempo que estuvieron juntos. Sheridan sabía hablarlo, pero no quería porque le traía dolorosos recuerdos. Sin embargo, al ver a aquel joven tímido y asustadizo, tuvo el deseo de hablar de nuevo la lengua de su novio.
-Buenos días-le devolvió Adán el saludo con educación
-Me llamo Sheridan McNoughlt-se presentó ella.
-Yo me llamo Adán Domínguez.
-Me alegro mucho de conocerle. Ya sabe que soy su vecina y estoy arriba para lo que necesite.
-No necesito a nadie.
-Puede que yo le necesite a usted; ya sabe, para pedirle sal si se le acaba.
-Nunca uso sal.
-Necesita sal para hacer la comida.
-Como…yo como…
-Me imagino que vendrá alguien y le ayudará en casa.
-No.
-Entonces, vendré yo a ayudarla; le limpiaré y le haré la comida.
-No, gracias.
-Aún así, aquí me tiene para lo que necesite; ha sido un placer hablar con usted, señor Domínguez. 
            Se notaba que el español de su bella interlocutora era aprendido, se dijo Adán. No era de aquí; había oído comentar a los vecinos que las dos eran de Estados Unidos, en concreto de una ciudad llamaba Seattle, si bien no había visto aún a la compañera de piso de la pelirroja. Nervioso, Adán cerró la puerta y echó el pestillo. Sheridan subió a su piso y notó que las piernas le temblaban.
            Le hubiese encantado tocar, aunque hubiese sido de refilón, al joven y tímido español. 

            A pesar de que eran más de la cinco de la tarde, Adán estaba en pijama. A través del cristal de su ventana, contemplaba las calles casi vacías.
            El cielo estaba cubierto de nubes, muy acorde con su ánimo. Pensaba con tristeza en su vida, en si era feliz con ella porque era un joven que carecía de preocupaciones y que nunca había sabido lo que era el sufrimiento. Una lágrima resbaló por su mejilla. No, pensó mientras observaba como el viento se llevaba volando el sombrero de un caballero que salió corriendo tras él. ¿Cómo podía serlo si no tenía nada interesante que contar de su vida, si era tan tímido que permanecía encerrado en su casa y había olvidado cuando fue la última vez que salió a la calle?
            Las nubes grises que cubrían el cielo amenazaban lluvia. Pasó por debajo de su puerta un violinista que estaba tocando una melodía triste a cambio de recibir una peseta al menos.
            Era la tarde perfecta para Adán, al que le gustaba el mal tiempo. La tristeza que reflejaba el cielo nublado, la lluvia cayendo contra el suelo, las calles vacías, el viento que soplaba furioso… Todo ello formaba parte de su carácter.
            Hubo un tiempo, cuando era niño, en el que pudo haber cambiado. Pudo haber sido más alegre, más sociable. Pero su timidez y su carácter melancólico fueron más fuertes que su deseo de ser como los demás niños. Poco a poco, se fue recluyendo, no sólo en su casa, sino también en sí mismo. No salía a la calle, no se relacionaba con sus vecinos y, pese a que era un joven que ni siquiera había alcanzado un cuarto de siglo, su vida se reducía a leer, escribir y mirar por la ventana.
            No tenía sueños que deseaba realizar. No tenía esperanza alguna de que ocurriese algo bueno en su vida. Era un desdichado por decisión propia. Sólo quería estar encerrado sin ver a nadie, sin hablar con nadie, ni siquiera consigo mismo.

            En el piso de arriba se habían instalado dos nuevas vecinas; una joven estadounidense que viajado a España a terminar sus estudios y su dama de compañía, apenas unos pocos años mayor que ella. La joven se llamaba Charise Lancanshire y Adán le gustó desde el primer momento en que la vio a través de la mirilla sus mohines niña mimada. Traía siempre un libro debajo del brazo y Adán escuchaba discusiones en el piso de arriba entre Charise y Sheridan, su institutriz. La segunda intentaba convencer a la primera de que estudiara (dedujo Adán) para labrarse un porvenir. Sheridan no había tenido una vida fácil, en contraste con la vida que había llevado Charise en la que sus padres la habían complacido en todo, según alcanzó entender Adán. Eran las dos caras de una misma moneda, pensó el joven.
-Lo mejor que puede hacer es estudiar y labrarse un futuro-afirmó Sheridan.
-¿De qué me servirá tener un futuro si terminaré casada con el hombre que escoja papá para mí?-replicó Charise.
-Para al menos no quedar como una tonta delante de su esposo.

-¿Sabes lo que tendríamos que hacer?-le propuso Charise a Sheridan un día mientras la primera estaba estudiando bajo la atenta mirada de la segunda.
-¿En qué está pensando, señorita?-quiso saber Sheridan.
-Podríamos aprender a hablar español para relacionarnos con los vecinos.
-No creo que a su padre le haga demasiada gracia; aquí en Madrid está la mejor escuela para señoritas de toda Europa y a su padre le hace ilusión que aprenda a comportarse como una dama recatada, en lugar de seguir comportándose como una niña pequeña y mimada.
-Todas las chicas que van allí hablan inglés y yo quiero aprender a hablar español.
            Escuchando hablar a los vecinos que intentaban relacionarse con ella y con Sheridan en un espantoso inglés, Charise supo que en el piso de debajo del suyo vivía un joven cuya timidez enfermiza le había recluido dentro de su casa, lo que había despertado en ella su curiosidad y el deseo de conocerle.
-Además, quiero conocer a nuestro vecino del piso de abajo-afirmó Charise haciendo un mohín coqueto.
-Seguro que se trata de un viejo solitario y amargado-replicó Sheridan-No merece la pena que pensemos en él.
-En casa, viven mis abuelos. Sé tratar a los ancianos.
            Sheridan escuchó atentamente a una pareja de vecinos (los que vivían enfrente de ellas) subir las escaleras y fue a mirar por la mirilla; no era ninguna cotilla, pero le había entrado un fuerte deseo de saber de dónde venían sus vecinos. Apenas había cruzado tres palabras con ellos el día en el que se instalaron y lo más parecido a una conversación que habían tenido eran los saludos que se intercambiaban cuando se encontraban en el rellano de la escalera, es decir, nada porque ni ellos entendían a Sheridan ni ella les entendía ¡y ahora Charise se empeñaba en que aprendiera a hablar español!
-Podría hacerme amiga de él-sugirió la muchacha.
-¡A su padre le daría un ataque!-se escandalizó Sheridan.
-¿Por qué hablas así? Ni siquiera le conoces.
            La presencia de Sheridan en Madrid con Charise se debía al miedo del señor Lancanshire de que su hija cometiera una locura. No era mala chica; había estado muy protegida y mimada durante toda su vida por sus padres y ello la había convertido en una joven ingenua, malcriada y un tanto atolondrada.
-Los hombres buscan sólo una cosa de la mujer-afirmó Sheridan con apenas conocimiento alguno de causa, pues a sus veinticuatro años sólo había estado con un hombre…si se podía decir estado-Incluido ese anciano.
-¿Cómo lo sabes?-quiso saber Charise.
-Porque me lo dijo mi tía cuando me hice mujer. Los viejos son los peores.
            Sheridan cogió un vaso y una jarra que habían sobre la mesa, vertió agua en el vaso y se lo bebió de un sorbo; en cierto modo, no se sentía capacitada para darle consejos a Charise sobre lo que querían los hombres cuando ella aún era virgen. Su vida había sido un caos; era hija de un matrimonio de granjeros muy pobre y, aunque pasó mucha hambre, era feliz al lado de sus padres y de su hermano mayor, James.
-¿En qué estás pensando?-le preguntó Charise.
-Estaba pensando en mi…bueno, dejémoslo-respondió Sheridan.
-Nunca me has hablado de tu familia.
            Sheridan pensó que no le había hablado a Charise de su familia sencillamente porque no tenía familia; una epidemia de sarampión acabó con las vidas de su hermano James, que contaba por aquel entonces con nieve años y de su madre.
-Hay poco que contar-dijo Sheridan.
-¡Vamos! Yo te cuento todos mis secretos.
-Algunas cosas prefiero no comentarlas. Son…demasiado…privadas…
            -¿Has tenido novio alguna vez?-le preguntó Charise.
-En lugar de preocuparse por mi vida amorosa, lo que tendría que hacer es centrarse en sus estudios-replicó Sheridan nerviosa.
-Eres una mujer muy hermosa, con tu cabello largo y pelirrojo y tu cuerpo escultural y tu altura; no me puedo creer que, a día de hoy, ningún hombre se haya fijado en ti ni te haya rondado o pedido matrimonio.
-¿Por qué de pronto le interesa mi vida privada, señorita?
-Por nada. Pura casualidad.  
-Me gustaría saber cómo fue tu infancia-dijo Charise.
-No creo que mi infancia sea lo que vaya a salir en el examen que tiene la próxima semana de latín, señorita-se burló Sheridan.
-El latín es una lengua muerta y no sé porqué mi profesora se empeña en que lo aprendamos.
-El latín es la lengua de la antigua Roma-recordó Sheridan, abandonando por un instante sus recuerdos. 
-Estoy segura de que tú no tuviste que aprender latín cuando te convertiste en institutriz; fuiste a una escuela donde te enseñaron a darme órdenes y a decirme cómo tengo que tratar a los caballeros, cuándo tengo que retirarme a mi habitación, qué es lo que tengo que decir…-enumeró Charise.
-Antes de formarme como institutriz, mi tía se encargó de moldearme para que sus consejos me sirvieran de guía y, de esa manera, pudiera yo aconsejarte después; era una mujer un tanto dura, pero, en el fondo, quería lo mejor para mí…y esto es lo mejor para mí.
-Estás distraída-observó Charise, devolviendo a Sheridan a la realidad.
-¿Por qué me lo preguntas?-preguntó la joven institutriz.
-Porque tenías los ojos extraviados. Siempre dices que yo tengo los ojos extraviados cuando estoy distraída. Como no puedo vérmelos, supongo que tengo que fiarme de ti.
            Después de arruinarse su tía, la mujer cayó gravemente enferma y murió a los pocos días dejando a su sobrina desamparada. Desde entonces, Sheridan había ido de casa en casa trabajando de institutriz para salir adelante. Desde hacía menos de un año, trabajaba como institutriz en casa de los Lancanshire, oriundos de Seattle, y se había encargado de la educación de los cuatro hijos del matrimonio Lancanshire. Charise era la mayor y la única hija de la pareja porque los otros tres eran varones y comprendían de los catorce a  los seis años, una niña mimada a la que todo le había ido bien en la vida, que no sabía lo dura que podía llegar a ser y por la que Sheridan sintió una fuerte y secreta antipatía nada más verla, antipatía que fue creciendo día a día hasta que el señor Lancanshire la obligó a irse a Madrid para cuidar de su niña; entonces, la antipatía que Sheridan sentía por Charise se convirtió en odio.
            Sheridan hacía grandes esfuerzos por no acuchillar a Charise cuando se encontraban en el piso solas; creía que ella le estaba arrebatando su juventud poco a poco.
            Luchaba con fuerza contra ese sentimiento, pero cada día que pasaba se hacía más fuerte. Odiaba a Charise y odiaba estar en España.
-¿Te encuentras bien?-le preguntó Charise.
-Sí-mintió Sheridan-¿Por qué me lo pregunta?
-Por…por nada. Olvídalo.
            Cerró la puerta y se enfrentó a la mirada curiosa de Charise.
-¿Le has visto?-le preguntó la joven.
            Sheridan no respondió. Escuchó los pasos de Adán en el piso de abajo. Se movía de un lado a otro con gran nerviosismo. ¿Acaso estaría pensando en ella?, se preguntó Sheridan. Tenía que estar pensando en ella porque acababa de verla. En la atractiva nueva vecina que hablaba español con acento extranjero. A lo mejor, quería volver a verla, como ella deseaba volverlo a ver…
-Te he hecho una pregunta y no me has contestado-insistió Charise-¿Le has visto? ¿Has visto al vecino de abajo?
-¿Por qué piensa que lo he visto, señorita?-preguntó Sheridan acercándose a su pupila con expresión un tanto alterada.
-Porque has salido nada más escuchar ruido en el piso de abajo. Os he oído hablar, aunque me vas a reñir porque está mal escuchar detrás de las puertas. ¿Y de qué habéis hablado que has tardado tan poco tiempo en bajar y subir?
-El vecino de abajo es algo tímido y no le gustan las conversaciones largas ni hablar con desconocidos.
-¿Es guapo y joven?
-Más bien es viejo y…poco atractivo…nada que le llame a usted la atención.
-Aún así, tengo ganas de conocerle.
-Me parece un poco arisco y antipático.
-Tú siempre me estás diciendo que sea agradable con las personas mayores.
            Era la primera vez que Sheridan le mentía con tanto descaro a Charise. No entendía el porqué no quería que conociera a Adán. Después de todo, parecía un joven agradable. Quizás fuera un tanto huraño, pero era debido a su timidez enfermiza. Era el polo opuesto de Rafael. Pero, aún así, Sheridan admitía que Adán se parecía mucho a su difunto novio.
-Preferiría que no se acercara a él, señorita-le pidió a Charise.
-¿Por qué no?-preguntó la joven, sin obtener respuesta por ello.

            Pero, al día siguiente, dio la casualidad que Sheridan y Charise bajaban la escalera cuando Adán salió a la puerta a coger el periódico. Sheridan iba a acompañar a Charise a la Academia donde estudiaba. Creyó que el corazón se le paraba cuando Adán salió y se encontró con ellas.
-Será mejor que volvamos a subir-le dijo Sheridan a su pupila intentando evitar el encuentro-Creo que no lleva todos los libros…puede que se le haya olvidado alguno.
-¿Quién es ese joven?-preguntó Charise, que tenía los ojos fijos en Adán.
-No lo sé…es la primera vez que lo veo…será mejor que volvamos a subir y repasemos si…
-Quiero conocerle.
-¡Por Dios, señorita! Es un desconocido y ya sabe que su padre no le gusta que hable con desconocidos.
-Papá no está aquí y puedo hablar con quien quiera.
            Sheridan se dio cuenta de que los ojos de Adán estaban fijos en Charise. No la había mirado ni una vez siquiera. Tenía la sensación de que había desaparecido para él. No pudo evitar que Charise y Adán quedaran frente a frente. Sus miradas se cruzaron y ya no pudieron apartar sus ojos de la cara del otro.
-¿Es usted nueva en este piso?-preguntó Adán, sorprendiéndose así mismo por haber tomado la iniciativa.
-Me llamo Charise Lancanshire-respondió la muchacha en un pésimo castellano.
-No es usted de por aquí.
-Soy de Estados Unidos. En concreto de una ciudad llamada Washington.
            Adán se dio así mismo otra sorpresa al coger la mano de Charise y depositar un beso en ella.
-¿Va a algún sitio?-le preguntó.
-Voy a estudiar-respondió la joven en el mismo espantoso castellano que antes.
-¿Dónde estudia?
-En una Academia para señoritas…No recuerdo bien el nombre de la calle…Mi español es horrible.
-Habla muy bien mi idioma.
-Me están enseñando.
-¿Y qué hace una joven de Washington en Madrid?
-Estudiar por un capricho de papá, que quiere que conozca Madrid y aprenda español.
-Madrid es una ciudad preciosa, señorita, y tiene que conocerla.
-No puedo. Tengo mucho que estudiar.
            Cuando Sheridan tiró del brazo de Charise para continuar bajando la escalera, indignada al ver que Adán no le había hecho el menor caso, el joven depositó otro beso en la mano de ella antes de despedirse y entrar de nuevo en el piso. 

            Ella había llegado para traer la alegría a su vida. A esa conclusión llegó Adán después de conocer a Charise.
            Durante años, creyó que la vida no tenía sentido alguno para él. Ahora, sabía que sí.
            Por primera vez en mucho tiempo, Adán se quitó el pijama, buscó una camisa, unos pantalones, un chaleco, unos zapatos y un sombrero en el armario y se los puso. Iba a salir a la calle por primera vez en mucho tiempo. ¿Motivo para abandonar su encierro? Escuchó a Charise bajar la escalera y quería reunirse con ella en la calle.
            Se peinó y se vistió en muy poco tiempo y bajó corriendo la escalera y salió con igual rapidez a la calle.
            En una esquina se encontraba Charise. Estaba más bella que nunca, como si fuese una aparición.
            Se acercó a ella corriendo y llegó a su altura justo cuando iba a doblar la esquina. Ella le dedicó una sonrisa encantadora cuando le vio junto a ella. Adán cogió la mano que la muchacha le tendía y se la besó. Pero, al hacerlo, se dio cuenta de que no se había afeitado, algo que maldijo en silencio. Tuvo el impulso de volver corriendo a su casa, pero no lo hizo.
            Los vecinos estaban mirando la escena desde sus ventanas. Algunos ni siquiera conocían a Adán porque ni asistía a las reuniones de la Comunidad de Vecinos. Creían que era un hombre mayor. Fue una sorpresa para todos descubrir que Adán Domínguez era joven. Joven y bastante guapo, al parecer. La americana le había hecho abandonar su encierro, se decían.
            Para Adán le parecía algo raro estar fuera, en la calle, respirando aire fresco. Él, cuya timidez enfermiza le había convertido en un ser huraño, quería hablar con alguien. Con una mujer que era una desconocida.
            Había otra mujer que contemplaba la escena oculta tras las cortinas. Era Sheridan, la cual se preguntaba el porqué le molestaba tanto que Adán quisiese hablar con Charise. Le parecía inverosímil sentirse atraída por un joven que era el polo opuesto de Jesús.
-Aún no me ha dicho su nombre-le recordó Charise a Adán.
-Me llamo Adán Domínguez-se presentó el joven.
            Cogió la mano de Charise y volvió a besársela.
-Es usted muy galante-afirmó la joven.
            Adán no pudo evitar ruborizarse al escuchar aquel halago.
-Estaba harto de estar encerrado en casa-dijo-Llevo sin salir a la calle mucho tiempo. Ya es hora de que el mundo sepa que estoy vivo.
            Le ofreció su brazo a Charise y ella se colgó de él; comenzaron a caminar y él le preguntó adónde quería ir.
-A la Academia donde yo estudio-respondió la joven.
-¿Y por qué está estudiando en una Academia madrileña?-preguntó Adán-Y disculpe si la he ofendido.
            Charise rió suavemente. Adán era un joven que le llamaba la atención. Desde que lo vio en la escalera, no había dejado de pensar en él. Le gustaba mucho. Era un joven encantador. ¿Por qué estaría siempre encerrado? Era demasiado joven como para enterrarse en vida. Tenía que salir y ver mundo.
-Papá quiere que estudie en una de las mejores Academias de Europa y la mejor se encuentra aquí, en Madrid-respondió Charise.
-¿Por qué?-preguntó Adán.
-Supongo que es porque Madrid es una ciudad bonita y elegante, con sus monumentos y en las que hay algo nuevo que descubrir todos los días. Me alegro mucho de que haya querido bajar a la calle, señor Domínguez.
-Por favor, llámeme Adán.
-Me parece una persona interesante y me gustaría conocerla mejor, si me lo permite.
            Escucharon la música de un violinista que tocaba en la esquina de la calle. Charise abrió el pequeño monedero que tenía colgado de la muñeca y sacó varias monedas que echó en la bandeja que el violinista había dispuesto en el suelo. Adán se fijó en que entre las monedas había pesetas y céntimos.
-¿Se aclara con la moneda?-preguntó Adán.
-Ya me voy enterando-respondió Charise.
-¿Cómo dice?
-Digo que ya sé cómo funcionan…las pesetas…
-Su acento delata que no es de aquí. Y su aire…
            Adán miró con expresión arrobada a Charise, cogió la mano de la joven y se la besó. Pasaron por delante de un café. Había varias personas dentro tomando algo y hablando de política. Charise miró al cielo y tuvo la sensación de que hacía Sol pese a que estaba cubierto de nubes negras. Recordó que Sheridan le había dicho que se llevase el paraguas y ella no le había hecho caso.
-Seguro que tiene novia-apostilló ella-Tiene que tener.
-No la tengo-repuso Adán.
-Un hombre como usted tiene que tener novia. Una joven buena con la que casarse…
            Llevada por un impulso, Charise se detuvo e hizo detener a Adán, se puso de puntillas y le besó de lleno en los labios.
-No ha debido de hacer eso-dijo Adán, pero su brazo, en cambio, rodeaba la cintura de Charise y la estrechó contra él-No ha debido de hacer eso.
            Sus labios rozaron la frente de la muchacha y se aferró con fuerza a ella porque creía que iba a desmayarse.
            Volvió a besar a Charise en la frente y se preguntó qué extraño hormigueo sentía él en el estómago.
-No ha debido de hacer eso-dijo Adán mientras él y Charise volvían a caminar.
-¿Por qué no?-preguntó ella-¿Por qué rehuye a la gente?
-Porque…no puedo decírselo, señorita Lancanshire.
-Desahogarse es bueno cuando uno lleva sobre su espalda un peso que le hace sufrir. Piense en mí como en una amiga.
            Adán tenía los ojos bañados en lágrimas cuando miró a Charise; él no la consideraba una amiga, sino algo más.
-No puedo-insistió-Huiría de mí cuando lo descubriese. Su estómago no lo resistiría.
-Si es sincero, lo demás no importa-dijo Charise-Usted me parece un hombre muy bueno, señor Domínguez. Pero ha sufrido mucho.
            La mirada de Adán se centró en un café de la acera de enfrente. Un caballero atendía a una mujer que iba vestida de una manera un tanto estrafalaria. La mujer no dejaba de cantar una canción acerca de la niñez y la inocencia. Pensó en todas las veces que se había despertado desde que era un niño y lloraba de desesperación al ver que seguía vivo. Él había rezado desesperadamente para morir antes del amanecer. Antes, hubo un tiempo en el que no era así. Era un jovencito alegre y juguetón que adoraba ir a clase y que adoraba aún más a su profesor de Matemáticas, el señor Helguera. Creyó que el mundo era perfecto hasta que cumplió once años y su vida y su mito quedaron destrozados.
            Desde entonces, se volvió más retraído, más callado. No era capaz de hablar con nadie, ni siquiera con sus padres…
-No puedo hablar con usted de eso-dijo Adán-No puedo hacerlo ahora…
-Cuando esté preparado, hablaremos-dijo Charise.
-No lo resistirá.
-Póngame a prueba. Quizás se lleve una sorpresa.
-Se desmayará. No lo soportará. Es demasiado frágil.
-Todo el mundo dice que soy demasiado frágil e inocente.
-¿Acaso no lo es?
-¿Por qué dice eso?
-Tiene todo el aspecto de ser una joven que jamás ha sido presentada en sociedad. Nunca salgo a la calle y no puedo opinar sobre la gente. Pero he leído mucho al respecto. Con usted no me he equivocado.
-Aún no he sido presentada en sociedad porque papá está esperando a que regrese de Madrid.
-¿Qué edad tiene?
-Diecinueve años.
-Yo acabo de cumplir los veintiuno.
-Entonces, podría venir a recogerme más tarde a la Academia. Podría presumir de acompañante. ¿Me haría ese honor?
-¿Dónde está esa Academia?
            Por primera vez, Adán no quiso luchar contra los amargos recuerdos de su pasado. Tuvo la sensación de que la canción que cantaba la mujer cambió. Ya no era una canción triste y amarga, como antes. Ahora, era más bien alegre. Adán se preguntó hasta qué punto Charise era consciente de lo mucho que había cambiado su vida desde que la conoció.
-Está a la vuelta de la esquina-respondió la muchacha.
-Sé donde está. Iré a por usted a las cinco. Creo que a esa hora salen las chicas de la Academia.
-No hace falta.
-En serio…Quiero acompañarla.
            Ella se echó a reír y lo besó en ambas mejillas a modo de despedida. Añadió un beso suave en los labios. Sin embargo, Adán la atrajo hacía sí cuando Charise se disponía a irse. Le dio un apasionado, aunque torpe beso en los labios, el primero que daba. A pesar de su torpeza, Charise correspondió a su beso con igual ímpetu. Ella estaba roja, pero sonreía cuando se separaron. Cuando retornó a su piso, Adán tenía ganas de echar a correr, de gritar, de bailar, de reír…Por primera vez desde hacía diez años, era feliz.
            Pero no podía vivir con el recuerdo de lo que le habían hecho años atrás, cuando era tan sólo un niño inocente. Por mucho tiempo que viviera, Adán sabía que no lo olvidaría nunca porque le había marcado para siempre. Todas las noches, la pesadilla se repetía una y otra vez…Veía sangre en el suelo, sangre en su cara, sangre ahí atrás…en su ano…y él lloraba desesperado, aterrorizado…Pero nadie le ayudaba…nadie…
            Trató de no pensar.
            Adán se daba cuenta de que tenía que dejar el pasado atrás. Era joven y tenía que centrarse en vivir sólo el presente y ese presente era una joven estadounidense que se había enamorado de él. Tenía que haberse enamorado de él porque lo miraba de una manera que sólo podía interpretarse como amor porque, si Charise no lo amaba, Adán acabaría hundido. Charise era la única oportunidad que tenía de olvidar. Tenía que olvidar lo que le había pasado. Se dijo que Charise era la única persona en el mundo que podía hacerle olvidar el horror que había sufrido y ayudarle a pasar página, aunque Adán tenía miedo de que, una vez descubierta la verdad, Charise lo rechazase. Le odiaría tanto como él se odiaba así mismo.

            Las manos de Adán se deslizan por el cabello rubio de Charise. Ella tiene la cabeza apoyada en el pecho del joven y, de vez en cuando, deposita un beso por encima de sus tetillas. Adán tiene la mejilla apoyada en el pelo rubio de Charise y se maravilla ante su tacto sedoso. La besa en la boca y siente el delicioso sabor de ella mezclándose con su saliva. Busca la lengua de Charise y ella, sin pudor alguno, se la entrega para emborracharle de su saliva.
            Deposita un beso en la frente lisa de la muchacha.
            La besa de lleno en la boca y su lengua penetra en el interior de los labios femeninos buscando lengua. Charise le besa a continuación y sus labios se mueven con calidez sobre los labios de Adán. El joven llena de frenéticos besos el encantador rostro de su amada. Sus labios se deslizan cuidadosamente por el cuello de cisne de Charise. 
-Te quiero-dice uno de ellos con una voz tan baja que apenas era un susurro.
-Te quiero-dice el otro también con voz susurrante-No puedo vivir sin ti…No puedo…
Me moriría…
            Se besan una, dos, tres veces…Sus besos son alegres porque están juntos, pero también son desesperados. Han llegado a tener miedo de no poder estar juntos nunca. Se abrazan y se besan; todo lo malo ha pasado, se dicen, nunca más volverán a separarse; Adán está en un país que no es el suyo, ha seguido a Charise por amor a su ciudad natal y sabe que allí es donde tiene que estar.
-¿Volveremos algún día a Madrid?-pregunta Charise.
-¿Quieres volver?-pregunta a su vez Adán.
-Si tú quieres…Lo que quieras…Te seguiré adonde vayas.
            Un gemido de placer se escapa de la garganta de Charise cuando siente las complacientes manos de Adán acariciando lentamente su cuerpo. La estrecha entre sus brazos y ella se prepara para recibirle dentro suyo; el tiempo se detiene cuando están juntos; todo lo demás carece de importancia cuando se encierran en su alcoba y dan rienda suelta a sus deseos.
-Siempre estaremos juntos-dice Adán con voz jadeante y cada vez más fuerte-¿Verdad que nunca nos vamos a separar? ¿Verdad que no?
-No, nunca-responde Charise con la respiración entrecortada.
            Al acabar, se duermen abrazados; Adán apoya la cabeza de Charise sobre su pecho y se duerme escuchando los latidos del corazón de la joven.    

 
                                         

1 comentario:

  1. Hola Laura, la idea es muy bonita, desarrollando algunos puntos puede llegar a ser una gran historia de amor.

    Besos!!!!

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