domingo, 2 de agosto de 2015

PUEDE SER

Hola a todos.
Hacía algún tiempo que no subía ningún relato de época a este blog.
Aquí os traigo un nuevo relato. En su origen, iba a ser una gran novela (o eso pensaba). Hasta que me quedé bloqueada cuando apenas había empezado a escribir (cosa muy frecuente en mí).
Me he animado a terminarlo. Está muy lejos de ser la gran novela que pensaba que sería cuando empecé a escribirlo. Sin embargo, me ha quedado un cuento muy corto y muy sencillo que deseo que sea de vuestro agrado.
Transcurre a finales del siglo XVIII en una pequeña islita y tiene tintes románticos.

PUEDE SER

FIDDLER'S ELBOW, EN EL RÍO TÁMESIS, A SU PASO POR SANDFORD LOCK, EN EL CONDADO DE OXFORDSHIRE, 1799

                  Se sentaban en el palco de una importante familia cuando iban al teatro. Se ganaban a la gente con su gran carisma. Miss Julie Evans lo había comprobado cuando eran invitados a asistir a una cena o a un baile. Sus hermanos acaparaban todas las miradas. Apenas habían perdido el tiempo haciendo fechorías desde que llegaron a aquella isla. Pero Julie no era tonta. 
                          Había oído distintos rumores relacionados con sus hermanos. Los Evans no pertenecían a la aristocracia. Pero mister Evans era un conocido banquero de la city. Había costeado el viaje a Europa que hicieron sus dos hijos mayores. Su única hija estudió en un internado. Julie había disfrutado de su puesta de largo. Poseía una buena dote. Se codeaba con la flor y nata de la alta sociedad. 
                          Los rumores que la joven había escuchado con relación a sus hermanos no le habían hecho ni pizca de gracia. Duelos al amanecer...Aventuras con esposas de políticos...
                           Tales rumores tenían visos de ser reales. Desde hacía algún tiempo, los tres hermanos estaban viviendo en una casa que mister Evans arrendó en la pequeña y remota isla de Fiddler's Elbow. Pudieron haberse ido solos sus dos hijos mayores. 
                            Pero Julie fue obligada a acompañarles. Su vida en la isla transcurría tranquila. Visitaba a los poquísimos vecinos que había allí. Salía a pasear sola con su doncella. 
                           Y escribía muchas cartas. Escribía cartas a sus amigas. Sus hermanos se pasaban todo el día en Sandford Lock. 
                           Y seguían metiéndose en líos. Su hermano mayor se había casado de forma impulsiva con una joven a la que acababa de conocer. Julie lo supo en cuanto el matrimonio regresó de Gretna Green. Nunca antes había visto a su cuñada. 
                        Quiso pensar que su hermano había hecho algo bien en su vida. Se había casado. Y tendría hijos algún día. 
                          De aquel modo, Julie intentaba no pensar en otras cosas. Como el apuesto amigo de sus hermanos...El mismo que estaba en el saloncito en aquellos momentos. 
                          Julie se centró en lord Arthur Ludwig. De origen alemán, era el barón de Luft. 
                          Arthur bebió un trago de su vaso de coñac. Lo saboreó con lentitud. Iba siempre bien vesitdo y sus pantalones no se arrugaban. Era todo un caballero, tranquilo, joven y sofisticado. 
                          Había sido el primer hombre que había besado a Julia en la boca. 
                          A raíz de aquel recuerdo, a Julie le dio raspera. Otros recuerdos acudieron a su mente. Trató de dominarlos como pudo. 
                          Se alisó la falda, que tenía una arruga. Arthur ejercía una buena influencia tanto en Peter como en Alexander, los hermanos de Julie. 
-Hermano...-le dijo Julie a Peter-Es obvio que tenemos que regresar a Londres. Tienes que hablar con padre y con madre. Contarles lo que has hecho. No puedes pasarte la vida escondiéndote de ellos. Antes o después, tienes que dar la cara. 
-¿Dar la cara?-se escandalizó Peter-Padre no me lo perdonará jamás porque mi mujer no es de su misma clase social. 
-Eso no importa. Lo sabes tan bien como nosotros. Admite que ha llegado el momento y podremos prepararnos para partir. 
                           Peter y Alexander miraron a Julie con estupor y, acto seguido, se miraron entre ellos. 
-El problema es que nunca vas a cambiar, Julie-afirmó Peter-Siempre has cogido el toro por los cuernos. Eres una mandona, hermana. Esta isla no te ha cambiado ni un ápice. 
-¿Y eso es malo?-indagó la aludida con cierta sorna-Sólo soy una mujer. Nunca me hacéis caso. Mi opinión no os importa nada. 
                           Arthur frunció el ceño. 
                           Peter enrojeció. Al menos, tuvo el detalle de mostrarse algo avergonzado. 


-No me parece que tu comportamiento sea el apropiado de una dama-contestó Peter. 
-No quiero hablar de tu comportamiento-replicó Julie. 
-Te...
                           Peter se interrumpió. 
                          Lo último que quería era discutir con Julie. Optó por guardar silencio. Se calló. 
                          En cuanto a la joven, se limitó a clavar sus ojos en su hermano. Sabía que acabaría ganando aquella guerra de voluntades. Pasaron unos instantes interminables. Al final, Peter alzó los brazos en señal de cansancio. 
-Ten piedad de mí-le pidió-No me gustan las mujeres bravas. Aunque esté casado con una de ellas. 
-Sophie es demasiado buena-aseveró Julie-Su padre es el dueño de la librería de Sandford Lock. No es pobre. 
                             La comparación con la apasionada Sophie, la mujer de Peter, llamó la atención de la hermana de éste. La joven decidió que tenía que hablar con su cuñada. Alguien tenía que enseñarle el poder que tenía una mirada en un momento determinado. 
-Acabas de hacer lo correcto-opinó Julie-Que ha sido ceder. 
-Ha sido como volver a ser un niño-se lamentó Peter. 
-¿Te acuerdas de cuando éramos pequeños?-se rió Alexander-Julie nos dominaba a todos. Siempre ha sido la más fuerte de los tres. 
                            La aludida había estado bordando durante todo el rato que duró aquel duelo de voluntades. Lo que más hacía desde que llegó a Fiddler's Elbow había sido bordar. 
                            Apartó su labor. Se puso de pie. Se acercó a un cajón del armario. Sacó de él una pluma. También sacó un tintero lleno. Y unas cuantas hojas...Se sentó a la mesa del saloncito. Mojó la pluma en la tinta y empezó a escribir. 
-Tenemos que hablar-le susurró Arthur. 
                          Ni se había dado cuenta de que se había acercado a ella. Julie se sobresaltó. 
                          Estuvo a punto de tirar el tintero de un manotazo. 
-¿De qué quieres que hablemos?-le preguntó Julie, con voz temblorosa. 
-Ocurrió algo entre nosotros el otro día-respondió Arthur-No quiero ocultarte lo que siento. Estoy enamorado de ti, Julie. 
                            Era verdad. Desde que conoció a aquella joven de cabello de color castaño y de ojos de color azul, Arthur sólo había podido pensar en ella. 
-Hablaremos en otro momento-le rogó la alterada Julie. 
                            Alexander y Peter estaban distraídos con su cháchara. No se dieron cuenta. 
                           No se percataron de que Arthur besó apasionadamente a Julie en los labios. 


-Esto no está bien-le reprochó Julie con la voz ahogada. 
-De acuerdo...-asintió Arthur, cansado-Pronto...
-Vete. 
                             Julie perdió el hilo de lo que estaba escribiendo. 
                            Arthur la había acompañado en muchos de sus paseos por la isla. Vivía allí casi todo el año. 
                            Le gustaba más estar en aquel lugar. 
-Lo prefiero a Londres-le comentó una tarde, mientras estaban sentados en el suelo. 
-A mí también me gusta estar aquí-afirmó Julie. 
                           En teoría, iba a visitar todas las tardes a sus hermanos, pero, en realidad, iba a visitarla a ella. 
                           Una noche, Julie cometió la locura de dejar la ventana de su habitación abierta. Mientras sus hermanos, los pocos criados que estaban en la casa y su cuñada dormían, Arthur se coló por la ventana. 
                           Julie se quedó sin habla. Todavía no se había quedado dormida y Arthur se acercó a su cama. La idea de echarle de su habitación pasó por su mente. 
                           Pero él empezó a besarla con ardor y nubló cualquier pensamiento coherente de la cabeza de Julie. 
                           Lo que hicieron estuvo mal. Julie lo sabía. Arthur quería hablarle de matrimonio. No sólo eso. 
                           Le había hablado también de amor. 
                           Aquella noche, Julie no supo qué ocurrió. Sólo supo que yacían los dos en su cama. Desnudos...
                            Besándose. Se besaron una y otra vez. Se besaron con mucha pasión. 
                            Arthur no dejaba de besarla ni de abrazarla ni de acariciarla. Julie sentía sus manos recorriendo cada centímetro de su piel. Sentía sus labios besando con arrebato su cuello. O succionando sus pezones. 
                            De aquel modo, perdió la virginidad entre los brazos de aquel hombre. 
                            El mismo hombre al que tuvo que echar al día siguiente de su habitación. ¡Quería quedarse allí para hablar con sus hermanos sobre casarse con ella! 
                             Well, el gato de Julie, fue el que la sacó de sus pensamientos. 
                            Se acercó a ella ronroneando. 
                            Julie lo alzó en brazos. Lo colocó sobre su regazo con gran ternura. Antes o después, debía de tomar una decisión. 
                            Habían transcurrido dos semanas desde aquella inolvidable noche. 
                            No se trataba sólo de su reputación. Julie quería ser feliz al lado de un hombre bueno. Un hombre que la amara de verdad. Y al que amara a su vez. ¿Y si Arthur era aquel hombre? ¿Y si estaba perdiendo el tiempo con sus dudas?
-Puede ser que esté enamorada de Arthur-le comentó a Well-Puede ser que él sea el hombre de mi vida. ¿Tú qué crees? 


                                Well maulló. Julie se echó a reír. 
                                No sabía qué decisión tomar. Sólo sabía que necesitaba a Arthur en su vida. 
                                A lo mejor, sí era él el hombre de su vida. Tenía que intentarlo. Podía valer la pena. 

FIN

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